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Mostrando entradas de diciembre, 2019

Yo estaba en la espesura

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Cuando Leticia despertó la casa estaba en silencio. No era de extrañar en lo absoluto, pues la mañana después de la fiesta de Navidad todos en su familia tenían la costumbre de dormir hasta tarde. Ella también se adhería a esa tradición, pero por alguna razón aquella mañana no podía hacerlo más. Simplemente se había despertado a las nueve y no había podido volver a dormir ya. Había algo extraño en el ambiente, o quizá sólo en su mente. Algo que le inquietaba como la visión de un espectro, como una criatura antinatural mirándola desde la oscuridad. ¿De qué se trataría todo eso exactamente? Leticia no tenía ni idea, pero sabía que para poder tener un buen día y no alarmar a su familia tenía que relajarse. Decidió pues salir a correr al bosque. Afuera hacía niebla, tanta que no alcanzaba ver el final de su cuadra. Pero eso no le importó, después de todo no había casi nadie en las calles, así que tampoco era como si fuese a chocar con alguien o algo así. Comenzó a correr de inmedia

Estamos aquí reunidos

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Ya estamos todos aquí, estamos reunidos al lado del calor de la chimenea que encendida ilumina nuestros rostros y nos invita a acercarnos los unos a los otros. Ya es la hora, estamos aquí, charlando al ritmo del crepitar de las llamas contándonos historias del remoto pasado y compartiendo sueños del futuro lejano. La mesa es redonda y la comida abundante en el corazón de este hogar, las sillas no hacen ruido al desplazarse porque las saben cuidar y esta noche el silencio se protege en las casas, los patios, las calles, esta noche los sueños respiran desde el fondo del mar. Ya es la hora, estamos todos, el reloj sus campanadas da atrayendo los ojos y voces hacia su rostro de cristal que, envejecido, acumula el polvo de los ancestros y acumulará el nuestro para los que vendrán. Ya no falta nadie ni nada por esperar, las copas se elevan extasiadas anunciando el inicio del rapto mientras los pequeños ojos buscan

Noche de Paz

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Cuando la niña alzó los ojos al cielo cubierto de nubes blancas sin duda no esperaba ver allí arriba reflejada la tristeza que opacaba su alma. Los copos de nieve comenzaban a caer mientras la pequeña, bien envuelta en varios abrigos, con bufanda, gorro y guantes, se dirigía a la entrada para actores del teatro de la ciudad. Varios de sus amigos ya estaban allí, afinando con su maestra o platicando entusiasmados. Su mejor amiga se le acercó con una sonrisa, ya con el traje de danza puesto y preparada para representar el Lago de los Cisnes, pero se detuvo en cuanto vio su rostro. - ¿Qué pasa, qué tienes? Hoy es un gran día, no puedes estar tan triste. - su amiga le dio un abrazo y se la llevó aparte para que pudieran charlar. - No entiendes, hoy tengo todas las razones para estar triste. Mis padres no me dejaron invitar a un amigo, alguien muy importante para mí. No me dejaron darle la invitación y en cambio se la dieron a un primo que no me cae nada bien. Me siento muy mal,

Rosa en la nieve

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No había frío en su alma aquella noche, cuando salió de casa sola a caminar bajo las estrellas. Pero las estrellas tampoco estaban, ellas también tenían frío y en su lugar las farolas, las luces que colgaban como joyas de las paredes de las casas y los espectaculares luminosos flotaban sobre su cabeza. Luces de neón iluminaron levemente sus ojos asombrados y luego se apagaron, dejándola sumida en un frío y pensativo silencio. ¿Qué estaría pensando él en ese instante? Sus manos se dirigieron automáticamente, solas, hacia su bolso para sacar su celular. Revisó maquinalmente si tenía nuevos mensajes, pero no. La pantalla mostraba solamente la foto de su perrita y los iconos silenciosos de las aplicaciones. Ni siquiera podía mentirse a sí misma y decir, pretender que no tenía prendidos los datos y que era por eso que no le llegaban sus mensajes. Acababa de revisar y estaban encendidos, además de que también había recargado recién. No había escapatoria posible. La tienda de la esqui

El rencor

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Su carrito de helados era muy viejo ya, el óxido colgaba como una enfermedad infecciosa de las láminas de metal y hacía que cualquier movimiento efectuado viniera acompañado de un chirrido. Su cuerpo también estaba oxidado ya, las arrugas le cubrían el rostro y sus cabellos, antes negros y después plateados, eran ahora casi todos blancos. Sus huesos se quejaban cuando y a veces se le olvidaban cosas importantes, pero él seguía trabajando duro. No tenía otra cosa que hacer después de todo y debía de ganarse la vida de alguna manera. Siempre que llegaba a un área residencial utilizaba la misma técnica: comenzaba a recorrer las calles lentamente, tomándose su tiempo, mientras hacía sonar por una pequeña bocina la música por la que todos lo identificaban. De inmediato se asomaban los niños, jóvenes e incluso adultos y se le acercaban, deseosos de calmar su calor o su antojo de algo dulce. Había, sí, algunos días que eran algo malos. Pero normalmente podía recuperarse fácilmente de

Una historia más

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Crecen en las ciudades unas flores amarillas, flores sin nombre ni hogar. Son ignoradas y muchas veces olvidadas. Nacen, viven y mueren a la sombra de los puentes que se alzan como feos montículos de concreto entre los ríos de la muerte. Pero no importa lo mucho que sufran, la poca agua o sol que tengan, lo mucho que pasen sobre ellas, siempre florecen. Conocí a una de esas flores una vez. Era verano y yo estaba en secundaria, esa época extraña en la que el mundo se siente tan grande. Había salido para jugar futbol con mis amigos pese al calor, misma razón por la cual no había nadie en la calle. Excepto ella, sentada en una banca de rojo metal bajo el puente, contando nubes en el cielo. Yo desvié la vista hacia la avenida. Era muy bonita, pero como no creí volver a verla la olvidé. Pero cuando volvía a casa al atardecer ella seguía allí, y aquello me impactó tanto que la vi de verdad. Vi sus ropas viejas y su cabello descuidado. No, más que descuidado, su cabello moría, se

Exilio

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El silencio que llenaba los establos, sólo interrumpido de vez en cuando por el suave respirar de los caballos y el eco de sus coces sobre el suelo de piedra siempre lo había tranquilizado. Pero aquel día no, aquel día ese sonido y el aroma del excremento de los animales combinado con la paja y el encierro no hacían otra cosa que ponerlo nervioso, hacerlo sentir expuesto y a punto de ser descubierto en medio de toda esa oscuridad. Pequeñas franjas de luz caían desde las paredes y el techo, filtrándose como cálidas manos que calentaban con su caricia los contornos de su pecho desnudo. Él sentía sin embargo que cada una de ellas era como un ojo, la posibilidad de alguien atisbando al interior del establo en penumbra.  Ignacio seguía dormido por suerte, cubierto por una sábana blanca su cabeza reposaba en su pecho. Emiliano lo miró con ternura y acarició sus mejillas con suavidad, recorriendo con los dedos el contorno de sus labios y admirando la negrura de sus cabellos. Aquel er

El octavo día

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Se hizo una liposucción del alma al amanecer del séptimo día, lo hizo sin avisar a nadie como esperando que no se dieran cuenta, pero llegó el octavo día y ya no lo reconocían. Triste canto de cenzontle abandonado que se pierde cual fuego entre la niebla buscando siempre un eco de su larga voz solitaria; es como si ya no existiera nadie que pudiese comprender su lenguaje, nadie para observarse en sus ojos, nadie para reconocerse. Las calles han sido drenadas de todo movimiento, cantan los niños mudos moviendo las manos desde sus ventanas, ¿puedes oírlos cantar a la vida mientras mantienen los ojos cerrados? Escucha cantar a los niños mudos bajo este cielo calmado y recuerda el primer día en que abriste los ojos para ver tu hogar. Los primeros días recuerdas, cuando la luz comenzaba a nacer en tus ojos enormes, abiertos, llenos de ilusión y placer. Te cubrían la calidez y la bruma de una sonrisa sin culpa, las flores lloraban si las a