Exilio

Un árbol seco se eleva al lado de una cerca, con un sillón abandonado a su sombra, rodeado de pasto seco y con casas en el lejano fondo.

El silencio que llenaba los establos, sólo interrumpido de vez en cuando por el suave respirar de los caballos y el eco de sus coces sobre el suelo de piedra siempre lo había tranquilizado. Pero aquel día no, aquel día ese sonido y el aroma del excremento de los animales combinado con la paja y el encierro no hacían otra cosa que ponerlo nervioso, hacerlo sentir expuesto y a punto de ser descubierto en medio de toda esa oscuridad. Pequeñas franjas de luz caían desde las paredes y el techo, filtrándose como cálidas manos que calentaban con su caricia los contornos de su pecho desnudo. Él sentía sin embargo que cada una de ellas era como un ojo, la posibilidad de alguien atisbando al interior del establo en penumbra. 

Ignacio seguía dormido por suerte, cubierto por una sábana blanca su cabeza reposaba en su pecho. Emiliano lo miró con ternura y acarició sus mejillas con suavidad, recorriendo con los dedos el contorno de sus labios y admirando la negrura de sus cabellos. Aquel era el chico al que amaba, sin importar qué, sin importar si acababan matándolos por ello o peor, sin importar si tenían que escapar a la ciudad para sobrevivir y sin poder volver a ver a su familia. No era como si le importara tanto esto último de todas formas, desde que había aprendido que las creencias inflexibles de su familia estaban tan arraigadas como para justificar el asesinato de personas como él, de homosexuales, había decidido que no tenía familia. Ignacio sería su única familia allá en la sierra, allá en el monte. 

Desde niños habían estado siempre unidos, siempre buscándose entre las altas pencas de maíz, corriendo y riendo junto con el río como si comprendieran el chiste secreto del que no paraba de burlarse toda la creación. Nunca habían podido separarlos por demasiado tiempo, crecieron juntos y permanecieron juntos a lo largo de toda su adolescencia. Al principio nadie había visto nada raro en ello, eran compadres, compañeros, era natural tener un mejor amigo. Pero en cuanto entró a la secundaria las preguntas sobre su vida amorosa comenzaron. 

"Para cuándo la novia, hijo. ¿Qué tal las chicas de tu clase, sobrino? Mira primo, que te voy a presentar a una vieja que no veas, de rechupete". Poco a poco comenzó a comprender, cuando se dio cuenta de que en realidad no estaba buscando a nadie porque no necesitaba a nadie más: ya tenía a Pedro. Pero también aprendió muy pronto que no podía revelar eso a nadie, cuando salió en las noticias que habían encontrado quemado vivo a un "maricón" en el cerro y de inmediato todos en su familia comenzaron a comentar sobre las "perversiones" de esa clase de personas. 

Desde entonces ambos habían llevado una vida secreta, apartada de miradas indiscretas y de los rumores que corrían como el fuego en aquel enorme infierno que era su pequeña comunidad en el rural mexicano. Siempre con la esperanza de irse, siempre con el deseo de una vida mejor, de justicia, de honor, de orgullo y libertad. Ahora por fin, después de años de estar ocultos y de miles de pretensiones, podían escapar con ayuda de la novia encubierta de Ignacio, quien también quería irse a la ciudad para poder montar su propia empresa, y con el apoyo de su propia novia de encubrimiento, quien aunque lo apoyaba no deseaba tener nada que ver porque de hecho lo amaba.

Él sin duda se sentía algo culpable al respecto, nunca había querido que algo así le pasara a ella, a quien quería como si fuera su hermana y mejor amiga pero por la que no era capaz de sentir nada más. Sin embargo había hecho las paces con ello y con ella, no quedaba más por hacer. Ahora que el sol comenzaba a teñirse de la sangre y del fuego de la revolución supo que era el momento adecuado para salir, para partir hacia la ciudad. Con un gesto lleno de ternura Emiliano despertó a su amado y ambos salieron amparados por las sombras hacia el lindero del bosque, donde Adela los esperaba montada en un caballo para huir con ellos hacia la libertad. 

Texto e imagen de Viento Nocturno

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