Rosa en la nieve

Siluetas de árboles iluminadas por luces navideñas.

No había frío en su alma aquella noche, cuando salió de casa sola a caminar bajo las estrellas. Pero las estrellas tampoco estaban, ellas también tenían frío y en su lugar las farolas, las luces que colgaban como joyas de las paredes de las casas y los espectaculares luminosos flotaban sobre su cabeza. Luces de neón iluminaron levemente sus ojos asombrados y luego se apagaron, dejándola sumida en un frío y pensativo silencio. ¿Qué estaría pensando él en ese instante?

Sus manos se dirigieron automáticamente, solas, hacia su bolso para sacar su celular. Revisó maquinalmente si tenía nuevos mensajes, pero no. La pantalla mostraba solamente la foto de su perrita y los iconos silenciosos de las aplicaciones. Ni siquiera podía mentirse a sí misma y decir, pretender que no tenía prendidos los datos y que era por eso que no le llegaban sus mensajes. Acababa de revisar y estaban encendidos, además de que también había recargado recién. No había escapatoria posible.

La tienda de la esquina estaba abierta, la luz de su interior se desparramaba sobre la banqueta como si fuese pintura amarilla. La sombra de un hombre de espaldas obstruía la entrada, recargado junto a una de las columnas sobre las que se apoyaba el gigantesco anuncio de Coca Cola que prometía la felicidad a quien comprara. La chica miró por un momento los colores, las suaves ondas festivas del rojo y el blanco enmarcando el logo de la compañía.

Las luces que iluminaban su rostro eran rojas, fogosas, tan intensas como sombrías. Había visto el mismo fuego reflejado en sus ojos y luego él se había marchado, se había marchado caminando como si no le importara nada, como si ella pudiera simplemente olvidarse de todo e irse por su cuenta a su casa. Había tenido que gastarse lo último de su quincena en un taxi aquella noche, debiendo cancelar en consecuencia una salida al cine con su hermana. Pero no estaba molesta, no... sólo confundida, asustada, preocupada.

El grito lejano y misterioso de una mujer llegó flotando por las calles de la ciudad. Ella alzó la mirada al cielo y se detuvo, atenta, esperando averiguar algo más. Pero ni otro grito resonó desde el corazón mismo de la noche ni alguna otra persona se interesó por el destino de aquella solitaria criatura. Una flema se le atoró en la garganta, una muy molesta. Comenzó a toser mientras apoyaba su cuerpo en una pared donde anunciaban el fin de los tiempos. Pequeños copos de nieve comenzaron a caer a su alrededor, acumulándose sobre su cabeza inclinada y temblorosa hasta que se levantó, sacudiéndolos y cubriéndose con un gorro.

Ni siquiera había querido ella ir a esa fiesta en primer lugar, todo había sido idea suya. Era su novia después de todo, debía de estar ahí para él mientras celebraba el cumpleaños de su mejor amigo. Pero entonces la había dejado sola, había desaparecido en medio de las luces de neón y la decoración navideña, en medio de las sombras danzarinas y el aroma a ponche adulterado. El sudor flotaba sobre aquellos cuerpos como el rocío sobre las flores, que se abren al amanecer para recibir el beso de las trompas de las mariposas.

La puerta estaba abierta, así que ella había abierto. La puerta estaba abierta y la luz rojiza de la decoración del pasillo iluminaba la cama matrimonial de los padres del chico del cumpleaños, quien estaba de hecho ante ella. El chico del cumpleaños no tenía camisa, su pecho delgado y ligeramente musculoso estaba cubierto de marcas rojizas, sus pezones estaban erectos y brillaban, húmedos. La cama se hundía bajo el peso de ambos alterando el tejido del espacio tiempo y su novio, cuya espalda desnuda era sostenida por las manos del chico del cumpleaños, separó de los suyos sus labios para voltear la mirada y verla. Dos rostros resentidos, dos rostros fastidiados, como si ella fuera el estorbo, la intrusa, el problema, la que estaba haciendo algo mal.

La nieve ya comenzaba a cubrir las calles cuando llegó al parque al que quería llegar. Se  detuvo un momento en la entrada para observar y como aquel hombre de la tienda se recargó de espaldas a su sombra. Frente a ella los árboles se alzaban, erectos, soberbios, graciosos,  vestidos con varias filas de luces de colores en el tronco y con líneas de luz que simulaban gotas cayendo desde sus ramas. Las siluetas iluminadas se recortaban contra el suelo blanco y el fondo negro como si creyeran que eran lo único que valía la pena observar, como si no les importara la relación ya existente entre la nieve y la noche.

Un desconocido que se encontraba sentado en una banca en el centro mismo del parque llamó su atención, como un alma solitaria que busca a otra se le acercó atendiendo a su silencioso llamado. Bajo sus pies morían junto a las hojas caídas unas cuantas mariposas congeladas, sus gritos para siempre silenciados debido a su tamaño y a la montaña de nieve que ahora las cubría. Pero eso no lo sabía ella, no podía saberlo mientras caminaba con los ojos brillantes, las luces alternando entre verde y rojo reflejándose en sus ojos grises.

- Más alto mi amor, más alto. Empuja con más fuerza, no tengas miedo. No me iré volando hacia los cielos, aunque quisiera hacerlo no lo haré. El azul es solitario si no navego a tu lado, incluso el mar profundo se vuelve soportable si acompaño con tus ojos su silencio. Ven, empuja más alto mi amor, empuja. Quiero sentir que el viento me lleva, quiero sentir que me voy y luego caer de vuelta en tus brazos, en tu abrazo.

Amaba columpiarse en el jardín de su abuela, siempre que iba de visita lo hacía y aquella vez, que por fin había llevado a su novio luego de dos años de relación no iba a ser la excepción. Recordaba con la misma intensidad con que recordaba el verde de los árboles y el aroma del mar la sensación que le había transmitido su sonrisa, su mirada tranquila y brillante, sus pies separados a la altura de los hombros. Una mariposa había volado a su lado y se había perdido en el azul de los cielos como si de sumergirse en el mar se tratase.

Su madre se había mostrado muy cariñosa, su padre muy comprensivo y amistoso, incluso a su abuela le había gustado. Él por su parte no se había incomodado con los chistes de su tío y se había adaptado rápidamente a la dinámica familiar. Había prometido llevarla a cenar antes del año nuevo con su propia familia, al día siguiente de la fiesta de cumpleaños de su mejor amigo. ¿Entonces, por qué...?

El hombre era alto y delgado, con ojeras y un rostro demacrado como alguna especie de vampiro. Un agujero rojo invisible goteaba en su pecho así como otro agujero similar goteaba en el de ella, eran iguales. Se sentó a su lado sin importarle, sin guardar distancias o apariencias. Simplemente se sentó a su lado y miró directamente hacia la profunda oscuridad y la oscuridad le respondió dejando caer lágrimas blancas sobre sus mejillas, su pelo, su ropa, su alma.

Quizá debía de haberse dado cuenta de las señales desde antes, quizá había estado demasiado cegada por las palomas blancas que se arrullaban en su ventana. ¿No había ido a dormir a casa de su mejor amigo su novio en más de una ocasión? ¿No estaba constantemente enviándole mensajes, hablando con él por teléfono, haciendo videollamadas? ¿No se había emocionado mucho pensando en qué regalo de navidad le iba a comprar? Ahora que sabía la verdad le parecía tan obvio, tan evidente, todas las miradas un mar de fuego, todas las sonrisas un relámpago fulminante y todos los abrazos un huracán en el horizonte.

Había sido una tonta, una verdadera estúpida sin dos dedos de frente que se había metido en la boca del lobo al aceptar tener una relación con él. Esos pensamientos cruzaron con fuerza su mente mientras la navaja se hundía en su cuello, las manos del asesino que había estado a su lado sosteniéndola casi con ternura. Sintió el líquido caliente resbalando por sus senos y levantó la vista para observar sus ojos, un par de soles negros de una oscuridad tan intensa como aterradora, unos ojos de depredador. Los labios del hombre se dirigieron a su cuello y comenzaron a succionar la sangre mientras ella sentía que el cansancio la invadía.

Pero lo amaba, aunque él no la amara ella a él sí que lo amaba y ese era el problema. ¿Cómo podía conciliar sentimientos tan contradictorios, cómo podía simplemente olvidarse de que la había traicionado, de que todo lo que ella creía real era una mentira? En esos momentos aún podía sonreír y sentir una llama en su corazón al evocar la mirada de aquel chico, de aquel a quien aún amaba. Incluso aunque la hubiera traicionado, incluso aunque sólo hubiese estado con ella para ocultar su relación real, en esos momentos no importaba y sin embargo la imagen comenzaba a desaparecer, a diluirse, al igual que el calor en el interior de su pecho.

- No te resistas. - una voz imperiosa retumbó en su mente y de nuevo observó al abrir los ojos la noche estrellada mirándola desde los ojos de su asesino, fría y sobrenatural.

- Tengo... frío... - la voz se apagó para siempre en sus labios cada vez más azules y temblorosos, mientras sus manos que se habían estado aferrando a la espalda de su atacante caían ya sin fuerza sobre la nieve a su lado.

El vampiro se levantó limpiándose la boca con la manga de la camisa y la miró por un momento en silencio. Entonces se quitó la chaqueta y se la puso con mucho cuidado, casi con cariño, como un padre arropando a su hija. La miró con sus enigmáticos ojos de noche una última vez, recostada sobre el blanco de la nieve como una flor abandonada. Luego se dio la vuelta y sin hacer ningún ruido desapareció entre las sombras, dejando que el silencio ocupara su lugar mientras el vacío comenzaba a llenarse con el aroma metálico de la sangre que florecía alrededor de la cabeza de la figura que yacía entre la nieve haciéndola lucir como una enorme rosa.

Texto e imagen de Viento Nocturno

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