El octavo día

Una granada ya medio seca y devorada por las aves reposa sobre una superficie de madera con fondo oscuro en una vista aérea.

Se hizo una liposucción del alma
al amanecer del séptimo día,
lo hizo sin avisar a nadie
como esperando
que no se dieran cuenta,
pero llegó el octavo día
y ya no lo reconocían.

Triste canto de cenzontle abandonado
que se pierde cual fuego entre la niebla
buscando siempre un eco
de su larga voz solitaria;
es como si ya no existiera nadie
que pudiese comprender su lenguaje,
nadie para observarse en sus ojos,
nadie para reconocerse.

Las calles han sido drenadas
de todo movimiento,
cantan los niños mudos
moviendo las manos desde sus ventanas,
¿puedes oírlos cantar a la vida
mientras mantienen los ojos cerrados?
Escucha cantar a los niños mudos
bajo este cielo calmado
y recuerda el primer día
en que abriste los ojos para ver
tu hogar.

Los primeros días recuerdas,
cuando la luz comenzaba a nacer
en tus ojos enormes, abiertos,
llenos de ilusión y placer.
Te cubrían la calidez y la bruma
de una sonrisa sin culpa,
las flores lloraban si las arrancabas
y los pájaros en tu ventana jugaban;
ah, el sol iba avanzando
paso a paso desde el tejado
bajaba hasta tu cama cerrada
y se metía en tus ojos tranquilos:
el día ha llamado al tiempo
y ha decidido
morir en paz.

¿Cuándo fue que olvidaste lo que era
mirar por horas la lluvia?
Los barcos se hundían
a cientos de ellos por segundo
mientras los ríos
seguían corriendo calle abajo
y tu mano se pegaba al cristal
y tu aliento lo empañaba
cuando observabas, atento,
por horas caer la lluvia.

Estoy buscando un sitio
donde caer rendido
y olvidar que alguna vez
fui un joven arisco,
quiero olvidar el perfume de sus labios,
las violetas de sus ojos
el rocío de su cuerpo,
quiero dejar de escuchar su voz en sueños
y sumergirme por siempre
en la oscuridad;
pero me persigue, me persigue su fantasma
y estruja mi corazón
como un cuervo,
ya no sé si de noche vivo
o si el amanecer ya ha sucedido.

En silencio observo el horizonte
mientras el gran cuervo
retrocede a su guarida,
sus plumas negras esfumándose
desvaneciéndose poco a poco
quemándose con el dorado de un grito
que asoma y se retuerce entre llantos
desde la otra cumbre del mundo;
mi respiración se llena de fuego
mientras mi cuerpo abraza la tierra:
la luz del sol me camina
como a cualquier flor que se abriera
y así mis ojos se abren
tan grandes como dos mares
y puedo entender de nuevo
el idioma de las aves,
pero ahora que exploto
en terrible orgasmo expansivo
me pregunto por qué el silencio
que se mete en mi interior
cubre mis ojos con sus plumas negras,
¿cuando paró la canción
de los niños mudos?

Texto e imagen de Viento Nocturno

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