Una historia más
Crecen en las ciudades unas
flores amarillas, flores sin nombre ni hogar. Son ignoradas y muchas veces
olvidadas. Nacen, viven y mueren a la sombra de los puentes que se alzan como
feos montículos de concreto entre los ríos de la muerte. Pero no importa lo
mucho que sufran, la poca agua o sol que tengan, lo mucho que pasen sobre ellas,
siempre florecen.
Conocí a una de esas flores
una vez. Era verano y yo estaba en secundaria, esa época extraña en la que el
mundo se siente tan grande. Había salido para jugar futbol con mis amigos pese
al calor, misma razón por la cual no había nadie en la calle. Excepto ella, sentada
en una banca de rojo metal bajo el puente, contando nubes en el cielo. Yo
desvié la vista hacia la avenida. Era muy bonita, pero como no creí volver a
verla la olvidé.
Pero cuando volvía a casa al
atardecer ella seguía allí, y aquello me impactó tanto que la vi de verdad. Vi
sus ropas viejas y su cabello descuidado. No, más que descuidado, su cabello
moría, se marchitaba. Casi etéreo por la delgadez parecía flotar a su alrededor
a punto de desprenderse. Lo peor era su postura, mantenida a lo largo de horas
exactamente igual.
Creo que algunos se hubieran
ido a toda prisa, otros habrían murmurado algo apenados para luego olvidarse
del asunto. Pocos se acercarían realmente a ayudar, pero yo me acerqué, medio
niño como era, pensando que era una bruja.
- - Hola… Buenas tardes, muy buenas tardes
señorita… Este…
Rojo como granada, esperaba
que ella se volviera y me fulminara con la mirada. Pero ella no se volvió,
parecía ni siquiera haberme escuchado. Como si estuviera en un mundo distante, invisible.
- - ¿Qué ve, señorita? – me senté a su lado.
- - Veo una sombra. –su voz era profunda,
desgarrada – Una sombra que se extiende
desde el principio del mundo y hasta su final. Sus ojos son rojos como llamas y
sus brazos muy largos. Quiere volver a atraparme.
- - ¿Una sombra? – maldiciendo mi voz alterada,
la miré.
Ella parpadeó con el rojo
agonizante de las nubes reflejándose en sus ojos negros y se volvió. Parecía verme
y no verme a la vez, de una forma extraña.
- - Las sombras son malas. Vienen por nosotros,
hermanito, vienen por nosotros. Son la oscuridad de las altas torres de
cristal, tan bonitas por fuera pero tan podridas por dentro. Hay sombras en las
sonrisas de los hombres de traje y las hay en sus maletines de verde montaje.
Hay sombras en sus armarios vacíos. No, llenos de oscuridad y de… muerte. – sus
labios comenzaron a temblar y yo pensé que era una profecía.
- - ¿Estás bien? – ella tomó mi rostro de pronto entre
sus dedos como ramitas.
- - Es así, ¿verdad hermano? Tú moriste y yo he
estado sola todo este tiempo y ahora… ahora yo moriré. – la niña se levantó de
un salto y miró algo en la distancia, sus ojos muy abiertos y todo su cuerpo
temblando con violentos espasmos – Dile a mamá y papá que lo siento, que los
extraño mucho. Diles que lo siento. Diles…
Mudo de terror me quedé
quieto. Ella se fue corriendo con sus pies descalzos y desapareció entre las
calles de asfalto hirviendo. Mi corazón tardó un rato en recuperarse y en
cuanto lo hizo me fui a casa.
Varios años después de nuevo
es verano y camino por las calles de la ciudad. Es una ciudad grande, tosca, violenta.
Los puentes son cada vez más altos, y debajo las casas de cartón crecen como la
hiedra. Los edificios de cristal se han multiplicado, así como los carteles de
niñas desaparecidas.
Ayer le pregunté a mi madre
sobre eso, y ella me contó que la habían encontrado muerta en la presa. Tenía
16 años y había desaparecido seis años atrás, junto con su hermano de siete, de
un hogar humilde. Su caso ya daba por perdido y olvidado, al parecer escapó
sola de sus captores. Varios testigos que la vieron creyeron que era una
indigente, confundiéndola con el paisaje. Muy poco se sacó en claro de ellos.
Sólo que ella saltó a la presa tras hablar conmigo.
Ahora camino de nuevo bajo
aquel puente y me siento en la banca roja y miro el sol como la sangre que se
refleja, interminable, en las superficies de los edificios de cristal, tan
bonitos por fuera. Las sombras se extienden como siempre, largas y sinuosas,
entre las casas y sobre los parques.
Noto una pequeña flor
amarilla creciendo al lado de la banca. Sonrío y tomo el tallo que crece a su
lado, un ya maduro diente de león, llevándomelo a los labios. Las semillas se
desprenden en silencio y comienzan a extenderse en el espacio. Una corriente las
atrapa y salen despedidas rumbo al sol.
Quiero creer que lo
alcanzaron antes de que este volviese a morir y la oscuridad cayese de nuevo
sobre la ciudad.
Texto e imagen de Viento Nocturno
Comentarios
Publicar un comentario