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Mostrando entradas de septiembre, 2016

La Espera

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Mientras las rosas morían en el jarrón de jade de la entrada del consultorio del doctor, la mujer cantaba. No sé qué mujer era, pero su voz tenía ese sonido característico de las bocinas de primera calidad o de la presencia real de una cantante, por lo que me estaba provocando bastante curiosidad. En un momento dado la mujer paró de cantar. En los intervalos de silencio, entre los aplausos que me indicaron lo artificial de la música, el ruido de la avenida más allá de las ventanas se coló hacia el interior. "...Hidalgos saltando en el tremendum..." la voz desconocida de una persona extraña sembró en mi oído palabras forasteras a mi entendimiento. ¿Qué demonios eran esos hidalgos, y qué hacían saltando sobre lo que sea a lo que se refiera el "tremendum"? Creo que las personas se pierden de vista en las realidades en que caminan. La mujer volvió a empezar a cantar. Ella parecía ser la única que tenía muy claro lo que estaba pasando, y cumplía con su papel a la

Cerillos

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- Es bulimia.  - ¿Disculpe?  - Es bulimia. Su hija tiene bulimia. Ha mentido sobre su dolor de estómago.  - Esa mocosa... haciéndome gastar dinero inútilmente, ya verá. Dos cerillos se encendieron en la oscuridad, y las demacradas caras de profundas ojeras que alumbraron parecían tener mil años, aunque en realidad contaran con menos de dieciocho. No es fácil distinguir quién es la chica y quién es el chico de los dos. ¿Acaso sean dos chicas, o dos chicos? A quién le importa... - Mi cerillo ha ganado. - una sonrisa cruel y triunfante frunce los delgados labios de la persona a la derecha, mientras la de la izquierda queda sumida en la tiniebla, pues su cerillo se ha apagado. Su voz es menos que un susurro. Al instante siguiente, ese cerillo también es historia. Entonces reina el silencio, y todo cesa.