La Carta de Mar.
No lo entiendo. ¿Por qué? ¿Por qué tuve que ser yo el que recibiera esa carta? Ahí está, frente a mí, un simple trozo de papel, descolorido, arrugado, apenas legible en medio de todos esos garabatos. No se ve amenazador, su sombra apenas se nota en el suelo con la luz de la chimenea. Sin embargo, es dentro de mi alma donde la negrura que proyecta se vuelve más oscura con cada minuto que pasa. Mientras tanto, el enorme reloj de pie al lado de la puerta hace guardia para evitar que me escape. "Tic-Tac". Tiemblo. A pesar de que estoy al lado de la chimenea, me estoy congelando. El fuego parece helado. La habitación se ha congelado en el tiempo. El reloj se sigue moviendo, pero yo se que en realidad no ha pasado nada, ni un segundo. Sí, frente a mis ojos. Lo juro, el tiempo ha dejado de existir. El reloj se mueve a toda velocidad, pero cada manecilla sigue su propia dirección. Pero yo sigo ahí, y el tiempo se ha detenido. Entonces volteo al fuego, y comprendo la razón de qu