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Mostrando entradas de marzo, 2020

La casa de la luz roja

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- Vivo allá, en la casa de la luz roja. - dijo mientras señalaba.  Cuando él miró hacia allá no pudo ver nada, aquella noche había un apagón en la ciudad y las casas estaban todas negras, todas iguales, rostros grises sin ojeras ni sonrisas ni matices. La miró arqueando una ceja, olvidando también él que la luz no iluminaba sus rasgos, pero a pesar de que no había manera él se dio cuenta de que ella sonreía y supo que en realidad no lo había olvidado. La mañana se extendía como una serie de sombras sin forma ni nombre que pasaban presurosas y en filas estrechas sobre un fondo color ceniza. A veces el cielo no deseaba despertar, pero todos los días las aves tenían que cantar y volar armando escándalo bajo todas las ventanas. Se dio cuenta de que se había olvidado de pedirle que le regresara su encendedor demasiado tarde, cuando ya era hora de comer y había salido a la calle a fumarse un cigarrito antes de seguir con la chamba. "Eh, ¿tienes fuego?" y las manos se le

Las esperanzas

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Fuego, asfíxiame, roba todo mi oxígeno para que puedas iluminar un poco más de mi camino; fuego, no mueras, ¡mátame a mí primero! Quiero que ardas lo suficiente para atisbar mi destino; mis párpados cansados se detienen en la roca en precario equilibrio mientras yo busco mis manos y no las encuentro. El mar de la sal no es más que un desierto blanco y las conchas que lo decoran están ya llenas de sarro, manchadas desde siempre esperan en silencio, aguardan ser útiles, servir de refugio a un nuevo marinero que nunca llegará, miran el horizonte a la espera del barco un día sí, el otro también, el sol se marea al verlas pasar (ya no quedan cerillos). Cómo puede uno hacer ver a los ciegos, romper la más profunda de todas las tinieblas, hacer la luz en la mayor de todas las oscuridades, imagino un mundo a ciegas y veo manchas blancas y negras, veo manchas grises que se mueven y me llaman por mi nombre mient

Uróboros

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La llamaste quinientas veces y ni una sola de ellas contestó el teléfono. Comienzas a asustarte, a desesperarte, ella es la única persona en la que confías y ahora no está ahí para ti, no está para ayudarte. ¿A quién más se supone que acudas? Su número es el único que te sabes de memoria, por alguna razón no hay ningún contacto registrado en tu celular y no tienes idea de qué es lo que está pasando, dónde estás o por qué estás ahí, qué es lo que tienes.  Bueno, al menos sabes que estás en un hospital, pero no entiendes por qué. No te sientes mal, no hay nadie más contigo en la sala, no hay nada escrito a los pies de la cama. Apartas las sábanas blancas de un manotazo y sales con tu bata a caminar por los pasillos, mirando alrededor aterrado y completamente desorientado. Un par de enfermeras se te acercan con sus sonrisas falsas, hay algo oscuro al fondo de sus ojos, oculto, algo que no alcanzas a comprender. Te preguntan que si te sientes bien, que si te pueden ayudar en alg

La bruja del bosque

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A veces cuando llueve podíamos verla caminando en silencio por el bosque con un enorme cántaro a la cabeza para recoger el agua de lluvia. La gente del pueblo hacía como que no existía y nos decía a nosotros, los niños, que nos alejáramos siempre que preguntábamos cualquier cosa y que no nos metiéramos donde no nos llamaban. Se volvió por supuesto muy común para nosotros seguirla a escondidas y observarla en silencio, como nuestros padres la habían puesto fuera de nuestros límites y no nos habían explicado nada de inmediato la anciana ejerció una especie de fascinación en todos nosotros, un solemne respeto al misterio que representaba. Por aquella época a nuestra pequeña comunidad había llegado ya el internet, nosotros crecimos por lo tanto rodeados de cada vez más computadoras y celulares conectados a la red. Poco a poco la televisión y las maquinitas pasaron a segundo plano mientras nosotros comenzábamos a reunirnos a jugar juegos en línea y ver vídeos en la naciente You

Soñando, solo estaba soñando

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Pétalos marchitos de una flor olvidada que manchan de luz mortecina la mesa y entristecen mi ventana, quisiera que las lluvias volvieran hacia el sol y lo apagaran con toda su furia de rostro virulento, pero las nubes negras han vuelto y al polvo vuelven cayendo desde lo alto de todas las cornisas. No, no quiero buscar el símbolo del agua en las sombras, no quiero buscar el rastro de las gotas de lluvia en mis mejillas, sólo quiero subir a un tren y esperar a que caiga la noche para ver pasar a toda velocidad las estrellas; quizá entonces el silencio valga la pena, quizá entonces pueda ver mi rostro entre la niebla. Una cama de cristal en medio de un bosque parece el lugar perfecto para descansar, las pequeñas flores blancas no me pueden despertar ni los llantos ni los rezos ni las llamas en velas perturban ya las aguas del espejo negro. El pozo es profundo, amigo mío, quizá no salgas de vuelta... ¿está