Los restos del paraíso
Una criatura respira cerca de mi ropa. Una criatura, aquella que una vez vi nacer y venir al mundo, apenas un bebé, apenas un retoño, un cachorro, inocente, feliz. Los ojos grandes y verdes se han ennegrecido, embarrados por el fango del sufrimiento prolongado, de la miseria. Las fauces abiertas, los colmillos largos, amarillentos pero afilados, rotos algunos, podridos otros, letales todos. La baba escurre desde la comisura de unos labios reblandecidos, guangos, mustios y tristes, los pliegues ocultando restos de veneno y podredumbre. Hacía tiempo que no venía por estos parajes, que las sombras alargadas del árbol viejo no me protegían del sol. Tiempo hace ya que las hojas han dejado de nacer, tiempo hace ya que más que un árbol es simplemente un tronco al que el sol y los elementos castigan cada segundo que pasa, cada semana que se detiene, cada año que retrocede. Los recuerdos no sobreviven demasiado aquí, los ecos y sus sombras se disuelven en el polvo del camino, entre la arenilla