Luz roja

Collage con objetos, café, pintura acrílica y crayola.
Ave Negra, 21/07/2020

La luz que se extinguía al final de la calle. De nuevo. El sonido de un gallo a mi derecha y los murmullos insistentes a mi izquierda. "¡No mires, no mires! Mantén la vista al frente, por lo que más quieras, no mires". Una larga fila de palmeras enmarcando un río gris enmarcadas por altos muros grises bajo un cielo acerado. La luz roja al final de la calle extinguiéndose siempre, eternamente, cada paso que avanzo un nivel de intensidad menor hasta que es tan solo una quemadura en mi retina.

El silencio en la oficina es tal que a veces creo verla también cuando estoy despierto. La veo en los ojos de la chica del cubículo de al lado que lleva tres semanas llegando con ojeras y más de un tic nuevo. La veo en el callejón solitario por el que tengo que pasar todos los días. La veo en el teléfono cada vez que recibo una de tus llamadas.

Quizá debería contestar, pero siempre que lo intento simplemente puedo quedarme viendo fijamente la pantalla, mi corazón latiendo cada vez más fuerte.Me dijiste que me amabas, me lo prometiste una y otra vez. Entonces por qué tienes que...

Veo un ave negra, como una sombra, que cruza el cielo sobre mi cabeza. Se posa en la rama sin hojas de un árbol y me atraviesa con la mirada, chasqueando el pico. Me pregunto si ella justo habrá venido hasta aquí para sentir el viento helado que ha empezado a soplar desde las montañas, si al contrario de otras aves esta se regodee en el frío.

Sigo caminando. Abro la puerta de mi casa, varios sobres me esperan sobre la alfombra. Quince cartas en lo que va de la semana que ni siquiera entiendo cómo has podido hacerme llegar, cómo me has logrado encontrar. No puedo evitarlo, me hormiguea la nuca y me apresuro a cerrar la puerta y revisar al menos tres veces que las ventanas estén cerradas. Me intento preparar un té pero las manos me tiemblan tanto que quiebro de nuevo la taza. Al final me siento en el sillón y pongo música en el televisor.

No sé si quiero saber lo que hay al final del camino de palmeras, pero tampoco es como que pueda dejar de caminar. En mi sueño las puertas y las ventanas están todas cerradas, no hay otras calles por las que desviarse y detrás de mí se escuchan los pasos de alguien más.

Cuando abro la puerta del edificio para ir al trabajo me encuentro con el cuerpo decapitado de un ave negra. Hay un agujero en su pecho, un montón de ramitas saliendo del lugar donde deberían haber estado su cabeza y su corazón. Con pasos automáticos subo de nuevo a mi departamento, los colores volviéndose más tenues a mi alrededor, casi grises. Tomo una bolsa pequeña y bajo casi corriendo, levanto con cuidado al pájaro sin tocarlo y lo llevo hasta el bote de basura al lado de la parada del camión.

Ruido de fondo frente a la máquina de café.

"Qué tal, ¿todo bien? Te ves cansado"

"Todo bien. Es solo la mudanza, ya sabes"

"Lo imagino. Si necesitas algo llámame"

Mis llaves caen al suelo cuando abro la puerta. No puedo moverme, mi cuerpo no me responde. El aire entra y sale de mis pulmones con cada vez mayor dificultad, como en una pesadilla no puedo apartar los ojos de la puerta de la cocina. Una rosa roja atada al pecho de un ruiseñor muerto pegado a la madera de la puerta.

Está empeorando, mi estado. Ahora me despierto al menos una vez cada hora durante la noche, siempre que logro dormir un poco más tengo el sueño de la calle y la luz roja. Solo que ahora hay decenas de sombras que baten sus alas volando entre las palmeras sin hacer ningún ruido. El silencio es de hecho absoluto y aunque conozco lo que pasa después igual el corazón se me sube a la garganta mientras me doy la vuelta.

Piel, sangre y cabello desde la rotura de una bolsa negra de basura. Cientos de ramitas llenan los huecos de la nariz, la boca, los ojos, los oídos. Alguien grita, aúlla, creo que es mi voz pero no la reconozco. La calle raspa otra vez mis manos y mis piernas mientras a lo lejos un gallo anuncia el amanecer. Los curiosos murmuran. Una luz roja me da en el rostro. El oficial se acerca caminando desde atrás...

El olor del copal me tranquiliza un poco. Me decido por fin a abrir una de tus cartas pero no alcanzo a leer ni la mitad de lo que hay escrito. Mi cuerpo se estremece, recogido en sí mismo mientras el papel cae al suelo, lanzado con fuerza como si me hubiera quemado. Es toda una ironía que fueses tú quien me enseñase por primera vez a desterrar fantasmas.


Texto e imagen de Viento Nocturno

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