Tiempos de guerra

Siluetas de un bosque contra un cielo nuboso color carmín.


***ADVERTENCIA: Brutalidad policial y militar, crímenes de odio, lgbtqa+fobia***

El color de tu abrigo bajo la lluvia torrencial era gris, desdibujado, casi una extensión de los edificios que gesticulaban a nuestro alrededor con todos sus anuncios y promociones sobre granito, contrastaba agudamente con la larga y fluida cabellera de un rojo brillante que flotaba a tus espaldas en onduladas caricias que me recordaban a la brisa del mar. Estábamos en el bajío, y sin embargo cuando te veía podía escuchar a las gaviotas y sentir un huracán formándose lentamente justo en el punto más allá del horizonte, las únicas advertencias un extraño sentir en los huesos. Tus manos, de dedos largos y uñas pintadas para combinar con tu cabello, sostuvieron con elegante firmeza la puerta del auto mientras pasabas, la cabeza muy erguida, los movimientos estudiados, como si se tratara de la realeza con quien me encontraba aquella tarde sin aliento. 

- Veo que te rasuraste. - comenté, tus ojos me sonrieron detrás de unas gafas de sol enormes y redondas.

- Hoy no me siento muy, "él". Ya sabes, necesitaba expresarlo. Tú en cambio, tienes ese look de "barba de tres días" tan kitsch. - asiento, sin entenderlo del todo pero comprendiendo lo suficiente

- Aún no sale ese cabrón. ¿Estás segura de que la dirección que te dio el conductor del Uber era esta? - tus cejas se alzan casi hasta el límite de tu cabello mientras te giras y observas la calle con atención, tu mirada deteniéndose en el rótulo de la esquina. 

- Lo es, me dijo que aquí encontraría "trabajo" para "alguien como yo" y mencionó a las "Mariposas de Cristal". - una sonrisa sardónica escapó a tus labios - Como si no pudiera ver que no estoy precisamente arrinconada económicamente. Mi falta de miseria parecía ser una ofensa a sus ojos, tuve que contenerme para no reír en su cara. 

Asiento en silencio, te ofrezco un cigarrillo y después de ser rechazado por tercera vez consecutiva aquella semana comienzo a fumar por mi cuenta, abriendo un resquicio de la ventana para no asfixiarte. Después de un rato sacas un cuadradito de papel estampado y te pones a doblarlo distraídamente sobre tu pierna, sin ver, los dedos recorriendo hábilmente un camino visitado miles de veces antes. Las gotas de lluvia entran ocasionalmente por la ventana cayendo en mi brazo, dejando rastros de un color un poco más oscuro en las mangas de mi gabardina, los dedos distraídos manteniendo la pequeña mirada roja y ciclopea del pitillo lejos de la humedad fría y depredadora. Recuerdo tu voz insistiendo que nadie usa ya gabardinas, que llamo más la atención por parecer salido de una novela negra o de la última colección masculina de algún festival under, pero a mí me parece que me hace lucir poco interesante, como un adolescente pretencioso o un personaje de segunda, y si me subestiman por mí mejor.

De pronto un brillo afilado capta nuestros ojos. El cabrón en cuestión ha salido de una inocente vivienda con un bazar en la cochera, una mariposa de cristal impresa bajo el nombre de "Bazar Las Hermanitas". La tensión desplaza el aire en el interior del auto como una especie de estática, pones la grulla de papel sobre el tablero mientras yo doy una vuelta arriesgada y me meto por un callejón que sé terminará interceptando la calle hacia donde sospechamos se dirige.

* * *

- No es tu culpa, el tipo se dio cuenta de que lo estábamos siguiendo gracias a ese puerco que te detuvo sin razón aparente... - un ligero rubor cubre tus mejillas - Creo que fue mi culpa. Debió pensar que era-

- No, por supuesto que no es tu culpa. El policía fue demasiado escandaloso, me gustaría que la gente dejara de causarte tantos dolores de cabeza por tu apariencia. - tu mirada se suaviza, una sonrisa asomando a la superficie. 

- Por un lado estoy de acuerdo contigo, por otro me gustaría pensar que al menos a veces hacen algo bien y descubren a chicas atrapadas en "la vida"... pero luego recuerdo que las encierran por eso mismo o "afrentas a la moral" o qué se yo y se me pasa. Nosotres como civiles no tendríamos por qué estar haciendo su trabajo. - tu risa ligera, sardónica, esa que oculta dolor, nos envuelve.

Paso una mano por tus hombros y te atraigo hacia mí buscando confortarte. Hoy haz dicho que no eres ni "él" ni "ella", un pequeño bigote y una barbita  enmarcando tus labios carnosos, tu cabello un corte urbano posmoderno teñido de verde, una camiseta sin mangas naranja a juego con tus uñas, tus tenis fosforescentes y los pequeños anteojos de vidrio soplado, tu falda a cuadros en cambio en sintonía con el tono de tu cabello. Yo en cambio llevo un saco negro sobre una camisa negra abierta unos cuantos botones por debajo del cuello, la roja corbata colgando sin apretar a juego con una única rosa en el ojal de mi sombrero, el pantalón, los zapatos negros y el vello facial espesos terminando de darme una apariencia de "tragedia victoriana", en tus palabras. No puedo evitar imaginar la pareja tan extraña que debemos de parecer para muchos, que no seamos como un set en juego, que tengamos nuestros estilos y personalidades por separado.

Dirijo mi mirada de nuevo al frente, a la avenida que se abre ante la calle lateral en la que estacionaste tu camioneta. La marcha del orgullo de este año está marcada por una tensión mayor, demasiados muertos, demasiado obvio el deseo de las autoridades por ignorarlo, demasiadas leyes predadoras. La gente avanza con solemnidad, con ira, casi con un pánico rayano en la adrenalina, los puños alzados, las banderas ondeando, las voces exigiendo justicia. Una chica con una bandera lésbica que me recuerda a los emos del 2000 se nos acerca con una sonrisa desconfiada, el impulso de salir corriendo casi tan fuerte como el de aproximarse reflejado en sus movimientos. 

- Hola chicos, ¿ustedes no marchan? - intercambiamos una mirada; eres tú quien responde con una sonrisa amplia, adoptando una postura menos imponente mientras hablas. 

- Oh, me temo que no. Tenemos otras formas de expresar nuestro activismo. - la chica parpadea, al parecer insegura de cómo tomarse eso, por lo que aclaras captando su mirada - Pertenecemos a un grupo que ayuda a personas en situaciones de riesgo, podrías decir que es un grupo de rescate.

- ¡V-Vaya! - ahora parece cohibida, insegura de qué decir, pero tu sonrisa tiene como siempre un efecto calmante - Bueno, eso es sin duda muy noble... ¿Puedo preguntar qué hacen aquí entonces?

No tenemos que responder, pues lamentablemente nuestra presencia es requerida en ese instante. Gritos muy distintos a los que habían estado escuchándose comienzan a inundar las calles seguidos del estallido de las balas de goma, las pesadas carreras de las botas del disturbio resonando amenazadoras como un eco, los lamentos, los gritos de auxilio, de piedad, el sonido de carne siendo aporreada, el humo de las granadas, los ojos quemándose, las puertas de los negocios cerrándose, una ventana abriéndose para dejar caer un balde de agua sucia, un grupo de personas con la cabeza rapada gritando y buscando a quién dar una golpiza. 

Actuamos al momento, empujando con todas nuestras fuerzas la ira a una parte de nuestra mente donde podrá darnos combustible sin intervenir en nuestras acciones. Tú llamas a la chica emo, cuyos ojos están muy abiertos y parece al borde de un ataque de pánico, reúnes rápidamente a un grupo de otros 10 menores de edad y los metes en la camioneta, conduciendo lejos de ahí deprisa. Yo me dirijo a mi auto y saco el botiquín de primeros auxilios, varios litros de leche y una cámara que oculto en el capo para que se ponga a grabar por su cuenta mientras, con el sigilo del paramédico en medio de zona de guerra, comienzo a rescatar a los heridos de las garras asesinas del estado.

* * *

Cuando la enfermera llega para decirme que tengo visitas, sé perfectamente de quién se trata. Solo tú vendrías a verme en medio de esta tormenta, con las nubes girando en el cielo como si intentaran invocar un tornado. Noto que hoy eres "ella" en cuanto te veo entrar, tu cabello con el corte de la protagonista de Pulp Fiction pero en un tono violeta que me hace pensar en Kick-Ass. Tu maquillaje, muy elaborado y bien cuidado, resalta unos labios violetas, unos pendientes azules y unas gafas grandes y redondas sin gradación. El saco de corte femenino a juego bajo el cual asoma una blusa con drapeado azul, la falda de oficina y las uñas igualmente violetas combinando con unos sobrios tacones azules te dan una apariencia solemne. 

Eso es lo que reflejan también tus ojos y tu sonrisa cuando te me acercas, sentándote en el borde de la cama y tomando una de mis manos entre las tuyas para llevártela a los labios. Yo quiero lucir fuerte para ti, quiero poder ser la columna que sientas es lo suficientemente firme para sostenerte, para que puedas expresar todas esas emociones que yo sé que llevas años suprimiendo, años devorando. Pero en ese momento no puedo evitarlo, no puedo evitar sentir que hoy eres tú mi columna y mis ojos se llenan de lágrimas y comienzo a murmurar agradecimientos incoherentes y disculpas mientras tú solo sonríes, tus ojos también húmedos, besando mi mano y restregándola contra tus mejillas mientras asientes. 

- No debí confiarme, es mi culpa. Estábamos a punto de llegar al corazón de la operación, debí suponer que tratarían de matarme... - un dedo se coloca suavemente en mis labios, impidiéndome continuar.
 
- No es tu culpa bello poeta maldito. ¿Cómo va a serlo? No podíamos suponer que el gobernador sería tan impulsivo como para atacarte así. Al menos ahora tenemos la evidencia necesaria para proseguir hacia los tribunales. - no puedo evitar sentir un vacío en la boca del estómago.

- ¿Pero quién querría aceptar un caso así? Imagino que muchos jueces son sus "amiguitos", como lo son varios policías, senadores y diputados... - esta vez tus dedos acarician mis mejillas, esa barba rasposita sobre la que tanto me fastidiaste los primeros días de conocernos.

- Encontraremos la forma... De momento parece que tengo más probabilidades de pasar desapercibida que tú, con tus estilos tan predecibles y poco imaginativos. - hiciste una mueca de exasperación y pusiste los ojos en blanco, una sonrisita escapando a nuestros labios casi al mismo tiempo - Una esperaría ser el blanco obvio para un estado de odio como este en el que vivimos, pero con mis cambios de estilo la gente tiende a asumir que tú eres un desastre bisexual que tiene una pareja distinta cada semana. - la risa que escapa de tus labios es sardónica, pero también cálida y juguetona.

- Igual podrían ir a por ti perfectamente, solo por asociarte conmigo. ¿Qué harás si te están esperando afuera del hospital? - tu sonrisa se amplía aún más y llega hasta tus ojos, como si la perspectiva de un montón de mafiosos torpes intentando atraparte y tropezando entre sí fuera hilarante. 

- Bueno, por eso mi padre y hermana me están esperando en el Tsuru de mi abuela justo saliendo por la parte de atrás. Te aseguro que, aunque se retirase pronto ante la corrupción, las habilidades militares de mi padre siguen siendo superiores a las de cualquier puerco. - y como siempre no puedo evitar sentirme embargado por la calma y la confianza de tu sonrisa. 

Solo me atrevo a levantarme de la cama, apoyándome en mis muletas con mucho cuidado, cuando recibo tu mensaje de que ya están saliendo rumbo a la autopista. Me asomo lentamente a la ventana para mirar el estacionamiento en la parte delantera del hospital y de inmediato siento que me falta el aire y que el corazón sube a mi garganta. Afuera, estacionadas como quien no quiere la cosa, hay cuatro patrullas con las placas cubiertas, un grupo de puercos con porras para disturbios, las cámaras corporales apagadas, los números de identificación no visibles. Dos de ellos están ahora mismo hablando insistentes con mi enfermera, quien está muy pálida. Entonces uno de ellos la toma del brazo y se la comienzan a llevar a uno de los coches patrulla. Uno de los doctores se asoma a la puerta y comienza a discutir con otro puerco, pero cuando intenta avanzar hacia la enfermera es empujado hacia atrás y le dan un golpe con la porra en la cabeza.

De inmediato retrocedo, tan rápido que resbalo y caigo al suelo. No soy consciente del dolor, no me detengo y sigo arrastrándome hacia atrás hasta que mi espalda choca contra la pared, momento en el cual abrazo mis rodillas contra mi pecho, mis ojos muy abiertos fijos en la ventana y en la puerta como si esperaran que de un momento a otro los policías subieran para terminar de darme la golpiza que casi me mata. Detesto sentirme así, la bilis de la ira abraza mi garganta mientras lágrimas que queman como el gas pimienta resbalan por mis mejillas y se pierden entre los vellos de mi rostro. Solo tengo que aguantar un día más, un día más y el plan para sacarme del hospital se pondrá en marcha. 

* * *

El silencio del amanecer no siempre da paz. A veces es el silencio que acompaña a la muerte, al descubrimiento bajo la luz del sol de lo que la noche se llevó entre sus tinieblas. Entonces, como un pesado vaho apenas respirable, la luz del sol y la vibración del silencio se mete en tu interior y te invade, desplazando todo lo demás para llenar tu cuerpo de su angustiante ahogo, su estertor. Los animales que despiertan, la vegetación que se agita con la brisa brillando bajo las lágrimas del rocío, no son si no el lamento, el contener la respiración de un mundo horrorizado. En este caso, el cuerpo de la Lore, los ojos y la boca escarlata abiertos en una expresión de sorpresa, de desencanto, el vestido blanco con volantes de novia o de cuento de hadas sucio, desgarrado, como si hubieran querido hacer un punto del pelo en su pecho, de su manzana de adán, de sus genitales, un tacón aquí y otro perdido, otro olvidado.

Nunca te había visto tan mal, tan destrozado, la mirada fija en el cuerpo como si quisieras reanimarlo con tus ojos anegados en lágrimas, tus labios capturados entre tus dientes hasta sangrar. Tu estilo asume esas emociones hoy, un estilo casi desesperado, casi un grito silencioso, una añoranza por la calidez. El cabello lo llevas largo, teñido a rallas en dos tonos de castaño y recogido en una coleta, un par de pequeños brillantes en tus lóbulos y una barba y bigote espesos enmarcando tus labios. Tus ropas son sencillas, simplemente un suéter de cuello alto y botas castaños y unos vaqueros azul oscuro, esta vez sin lentes de ningún tipo. Veo tus manos temblar, apenas perceptiblemente y avanzo hasta ti para envolverte en un tierno abrazo, tu cabeza recargándose de inmediato en mi hombro. 

Seguimos a los militares hasta aquí temiendo lo peor luego de que se habían llevado a la Lore en la "redada de seguridad" que usaron como excusa para invadir El Refugio. No había ninguna duda, habíamos captado desde la distancia con una cámara de periodismo de guerra el momento en que habían dejado caer el cuerpo desde su vehículo y habían salido directo a la autopista. Los faros de nuestro auto habían asustado a un par de coyotes que se habían acercado a olisquear la carne fresca que tan gratuitamente había sido abandonada en medio de la sierra. Tú casi no habías esperado a que los animales se terminaran de ir y ya estabas saltando del coche y corriendo hacia ella, negándote a abandonar la esperanza de encontrarla aún con vida. 

Tu mirada se separa por fin del cuerpo y vaga, distraída, por las montañas azules y distantes, por los picos sombríos y penetrantes, por los bosques cercanos e impenetrables. Das un largo suspiro, pareces inseguro, haces el ademán de separarte de mi, das dos pasos, y luego vuelves a recargarte contra mi pecho, derrotado, sin energías, sin esa energía eléctrica tuya. Me siento totalmente impotente, inútil. Quiero quitarte esa carga, todo ese dolor que pareces sentir pero no tengo idea de cómo, ni siquiera sé si es posible hacerlo. Solo puedo abrazarte, sostenerte mientras tus ojos van recorriendo los trazos de las nubes, como desgarrones naranjas contra el azul deslumbrante del cielo.

- ¿Sabes algo estúpido? Si fuera el personaje de una novela de esas que la gente ama tanto escribir, una de esas fantasías trágicas, sería yo quien sería encontrado muerto en medio de la sierra, mi cuerpo obscenamente descrito con infinidad de detalles en la brutalidad recibida, mientras tú lloras y tus gritos se extienden por las montañas, las rodillas en el suelo y los brazos extendidos hacia la bóveda. - aunque mi exterior no se estremece pareces saber cómo me  siento, porque me acaricias con suavidad y besas una de mis mejillas - A la gente le encanta vernos morir, en la ficción, en los medios, sentirse mal pero con morbo respecto a nosotres, nuestros cuerpos, asegurarse que nunca harían algo así y continuar diciendo que sería mejor no existiéramos en público porque "ofendemos su sensibilidad". 

- Lo sé... Antes no lo sabía pero desde que te conocí me he empezado a dar cuenta, es horrible. Todavía muchas historias representan muerto en tragedia al varón homosexual, pero al menos ya no son la mayoría. En cambio... - con un movimiento desmayado, fluido y a la vez algo torpe, giras para ponerte frente a mí y me das un beso en los labios.

- Poco a poco las cosas irán mejorando, es lo único en lo que podemos creer si queremos levantarnos un día más. - dices y de pronto tus ojos parecen aun más cansados, incluso antiguos - Me gustaría escribir yo sobre sus muertes, intentar hacerlo con respeto, intentar sensibilizar sobre el tema. Creo que sería lo adecuado, que los miembros de la comunidad escribieran sobre la comunidad, pero a la vez... Tengo miedo de que la gente esté tan insensibilizada que simplemente lo vea como un espectáculo o algo por el estilo y... - esta vez soy yo el que captura tus labios con los míos, envolviéndote en mis brazos. 

- No te preocupes, lucero de la mañana. Hemos reunido material más que de sobra para la corte y los medios internacionales, podemos esperar que la presión de las Naciones Unidas se haga presente. Estarán aquí con sus cámaras y sus micrófonos en pocos días y entonces las cosas empezarán a cambiar. - te sonrío, pero tú desvías la mirada y te muerdes los labios, tus ojos implorando a la montaña.

- Me siento muy cansado... No me gusta esto, no me gusta que no hayamos podido resolverlo por nuestra cuenta, como nación, como comunidad. No me gusta sentir que estoy pisando un lugar que ni siquiera puede sostenerse a sí mismo, lo odio. - un pequeño colibrí se acerca volando y nos mira con curiosidad antes de alejarse. 

- Lo sé amor, lo sé. - tomo tu mano entre mis dedos y la llevo hasta mis labios, cerrando los ojos - Pero aunque parezca que no nos queda otra alternativa, debes recordarlo. Que también somos parte de estas montañas y que allá a donde vayamos y los esfuerzos que hagamos seguirán siendo la lucha de nuestra nación para salvarse a sí misma. 

Mis palabras parecen tranquilizarte y sorprenderte un poco. Aunque no entiendo por qué del todo me alegra ver que te secas las lágrimas y me diriges una mirada, si bien no sonriente tus ojos recuperando cierto brillo. Volvemos a la camioneta, el cuerpo de nuestra amiga cuidadosamente guardado en la parte de atrás entre bolsas de hielo, listos para organizar un último evento antes de partir, de abandonar el país y aceptar la oferta de refugio junto con todos los que podamos traer con nosotros en una nación distinta, mucho menos rota. El funeral será extraño para quien no entienda nuestra historia, pues los padres probablemente no asistan y el entierro será simbólico dada la ley que permite a los cementerios negarnos acceso. Creo que aun así esperamos hacerle justicia, en más de un sentido. 

Texto e imagen de Viento Nocturno

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