Llorará Pandora cuando se entere de ti
***ADVERTENCIA: SE DISCUTEN TEMAS DE MUERTE, VIOLENCIA Y ASESINATO***
Me pondré formalmente mi vestido de noche, de estrellas y luna y sombríos campanarios. Observaré tus ojos mientras se apagan bajo la luz de las velas, de las farolas que bailan sin ánimo junto a la ventana. Los coches pasan, o nosotros pasamos junto a ellos y aún no acaba nuestro viaje, aún no llegamos a tu hogar mi amor.
Prometí acompañarte, lo sé. Prometí que te seguiría hasta el fin del mundo y que entendería aquello incomprensible para otros, que observaría en tu interior y lanzaría un hechizo protector sobre todas tus partes, tus órganos vitales, la herida y la vitalidad, la llama y la sombra, la luz y la oscuridad. Ahora estamos aquí, tú con un ojo menos y yo con las manos atadas a la espalda.
Abres tu boca y un cuchillo largo y afilado escurre por tu lengua. No lo entiendo, sin duda no lo entiendo, por qué el corazón con el que decimos amar es rojo y basta que una arteria ceda para que nuestro cerebro se apague. ¿Existirá el alma en el cuerpo y si es así, por qué? ¿Para qué querríamos existir más allá del final del corazón? Pero sigue latiendo ese, ese corazón oscuro que mantienes encerrado en una caja. No quiero saber nada de ello, lo que significa, pero lo sé, el hecho es que lo sé.
El corazón late, sigue latiendo debajo de las sábanas, debajo de las tablas, delator, artificial, maníaco. Los cuerpos no están muertos hasta que la justicia está servida. Es por eso que no me preocupa vivir. Mi sangre correrá, correrá por tus ojos y por tus manos y por tus sábanas y por tu ducha y por tu río y por tu jardín y por tu casa y por tu...
Dos cuervos bailan. La danza macabra de Saint-Saënz. Sus alas negras son capas que se agitan en la noche, sombreros oscuros amplios como sombrillas, idénticas sonrisas afiladas, miradas dentadas, manos candentes. Un susurro al oído es lo único que basta. Un susurro al oído y la cama será tu tumba, o la tumba de tus sueños, o la de tus pesadillas, o la de quien fuiste ayer, o la de todo lo que eres.
Quiero pedirte algo, antes de que me mates. Dile adiós a mi madre. No quiero que piense que el río me ha llevado, que la tormenta me pegó con su rayo, que los narcos me secuestraron, que mis órganos están en oferta, que un político me arrancó del suelo. Dile adiós a mi padre. Dile que está bien, que lo perdono y que está bien, que puede hacer lo que quiera con su vida y que está bien, que no lo juzgo y que está bien. Dile adiós a mi hermano. Dile que las respuestas no están ahí, ni allá, ni acá, ni más allá, ni en el norte, ni en el sur, ni en el este, ni en el oeste.
Ah, sí, el conde respira en mi cuello. El conde con su afilada dentadura, el conde y su pecho desnudo, la sangre que resbala por mis clavículas, el estupor, la lenta hemorragia, el perder el conocimiento, poner los ojos en blanco, la boca entreabierta, los suspiros, la palidez, el cuerpo que se contrae, que se extiende, que se estira y se relaja. Dónde está mi cuello, ahora no puedo encontrarlo. Lo busco con las manos pero no lo sé, ¿dónde está mi cuello?
Acaso esto es sangre, lo que siento entre mis manos. Bebo del cuenco que se forma entre mis palmas, una figura desconocida me bautiza en una religión en la que no creo. Bebo del cuenco que se forma entre mis palmas, la altura se colapsa a mi alrededor mientras me hundo entre las olas de mi propio cuerpo. Bebo del cuenco que se forma entre mis palmas, camino a casa una noche oscura bajo el llanto de los cielos. Bebo del cuenco que se forma entre mis manos, floto como Ofelia de espaldas en el río. Qué maravilla, qué belleza, irse así, flotando de espaldas, mirando las ramas y el sol y los árboles y las lentas cadencias de la mente que se agota, de la mente que se apaga, de los ojos que se cierran, de las luces del norte, de las luces del sur, del llanto de las libélulas.
Ah, no. No es esto una tragedia. Después de todo yo sé por qué me mataste, te conozco, me permitiste que te conociera. Entiendo, te entiendo, aunque no pretenda perdonarte. Pero también sé que no hay nada más solitario que aquello que teme tanto como tú el ser conocido, el conocerse a sí mismo, el comprenderse, el verse en el espejo, el estar solo con su sombra, el caminar por el pasillo de la casa de tus padres, el volver a despertarte debajo de las mismas cobijas. No, no es necesario que te guarde rencor tampoco. Tu existencia es demasiado triste para eso.
Y además tu corazón seguirá latiendo en su cofre hasta que alguien más lo encuentre o la eternidad lo reclame con sus manos frías de justicia. Yo ahora simplemente haré lo que todos hacen: descansaré en paz.
Texto e imagen de Viento Nocturno
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