Tiene hambre

Quizá deberías de cerrar la puerta la próxima vez.

Desde hacía varias noches que su monstruo lo había estado visitando en la cama. Llegaba de pronto, en medio de la oscuridad. Abría la puerta de su habitación con sus manos de dedos largos cubiertas por guantes negros y le miraba desde detrás de su máscara de ave, los ojos inanimados de la criatura tras la cual se ocultaba fijos en él, viéndolo sin verlo, como meras ilusiones de ojos donde debería de haber un par mirándolo, simples excusas, mentiras, ocultando... 

Todo había empezado el pasado noviembre, en la víspera del Día de Muertos. Sin ninguna razón aparente aquella criatura había entrado en su casa y se había comido todo lo que había dejado en la ofrenda, dándole un susto terrible cuando descubrió los alimentos faltantes por primera vez. Luego, cuando había pasado una semana sin que la alimentara, se había apersonado en su habitación, respirando ruidosamente y haciendo movimientos extraños, poco coordinados. Igual de alguna forma el mensaje estuvo claro una vez que se le hubo pasado la crisis nerviosa: tenía que seguir poniendo comida en la ofrenda. 

Al principio, dada su apariencia, barajeó la posibilidad de que en realidad fuera una persona, un ser humano el que había empezado a vivir en su hogar, invadiendo su espacio personal y considerado seguro noche tras noche. A veces aunque no entrara a reclamarle nada o a intentar comunicarse con él podía escucharlo rumiando en la sala, devorando sonoramente la comida de la ofrenda. Un día decidió asomarse, fue la primera y última vez.

La criatura permanecía de pie a un metro o dos de la ofrenda, la máscara y las extremidades estremeciéndose de cuando en cuando ligeramente cada que una porción de alimento llegaba por debajo de la larga túnica, perdiéndose en su oscuridad. Unos tentáculos rojos como la sangre, con apariencia de arterias eran los que se encargaban de transportar el alimento. Haciendo el menor ruido posible volvió a su habitación, y aunque a partir de entonces tuvo aún más terror de que le visitara por las noches la criatura, también había una extraña tranquilidad en saber que su problema no podría resolverse tan fácilmente como con una llamada a la policía. Una tranquilidad, casi alivio, sin lugar a dudas muy extraña.

Ese alivio, esa, comodidad continuó aumentando en los días siguientes, primero sin que se diera cuenta y luego sorprendiéndole ante la realidad: se sentía acompañado, compartiendo su casa con esa cosa. Había aprendido a conocer, a entender los gustos de la criatura, a interpretar los extraños sonidos que hacía, a interpretar sus estados de humor y a cambio el monstruo le había recompensado entrando a despertarle cada vez menos y haciendo menos ruido al comer. 

Tu casa ya no es un lugar seguro.

Las cosas habían empezado a cambiar en marzo. Rescató a un pajarito bebé de camino a su casa y lo puso con cuidado en la sala, en una cajita con comida y agua para que se recuperara y liberarlo más tarde. Cuando despertó a la mañana siguiente no quedaba nada del pajarito, varias plumas en la caja y el suelo, evidentemente de su esfuerzo por escapar. Aquella vez sin embargo prefirió no decir nada, no darle importancia. Había sido su error después de todo, debía de haberlo confundido con comida. 

Para abril comenzó a ganar un poco más de dinero y decidió que quería probar su suerte cuidando de otro ser vivo, después de todo quizá algún día tuviera hijos, eso no se sabía y aún no sabía qué pensaba al respecto. Adoptó a un perrito, un cachorro de french poodle al que dejaba dormir, por supuesto, en su recámara para que la criatura no se lo llevara. Igualmente eso no cambiaba el hecho de que noche tras noche el pequeño aullaba y rasgaba a la puerta, sin duda sintiendo u oliendo la presencia al otro lado, pero de momento parecía ir bien la cosa.

Hasta que una mañana despertó y la puerta estaba abierta. Sintiendo el sopor levantarse y la realización caer lentamente se levantó con horror y salió a toda velocidad a la sala, para encontrar manchas de sangre y de garritas en varias zonas del piso, ni rastro de su mascota. Lloró mucho aquel día, mientras limpiaba las manchas de la sangre de su perro. Le diría a sus amigos que había escapado, buscaría a un perro muerto y fingiría que su estado de humor era por eso, pero aquello ya era demasiado. 

Esa noche dejó sin comida la ofrenda y sin hacerse esperar la criatura entró a su cuarto para reclamarle por la madrugada. Se levantó de inmediato, los ojos llenos de rencor y resentimiento y comenzó a regañar a la criatura por la muerte de su perro, por momentos incluso amenazando con echarla. Pero entonces el monstruo sacó uno de sus largos tentáculos y una única vez tocó su brazo. Un estremecimiento de terror le recorrió de pronto, mientras aquel simple toque, como si de un veneno se tratara, le enviaba directo a un ataque de pánico extremo. No volvió a intentar razonar con la bestia.

Pasaron los años, ya se había resignado a la soledad cuando le conoció. Una persona maravillosa, una persona única que de alguna manera había atravesado todas sus barreras y se había convertido en alguien de gran importancia. Comenzó a pensar en aquella persona a diario, a todas horas. Era su mundo, su razón para vivir, su búsqueda cada día. Pero el límite había quedado más que claro, no podía invitarle a su hogar.

La felicidad y el equilibrio comenzaban a encontrar lugar en su vida y poco a poco se relajó. Las ofrendas estaban siendo recibidas sin mayor problema, en su trabajo le iba bien y había sin duda conocido al amor de su vida. Una noche aceptó una invitación, fue con unos amigos y con su pareja a beber y a cantar karaoke hasta altas horas de la noche. Su poca experiencia quedó patente con su estado final, completamente incapaz de moverse o hacer cualquier cosa por su cuenta. 

Debió de haberlo predicho, debió saberlo, cualquier persona a la que le importes lo suficiente te llevará a tu casa si te encuentras muy mal. También debió de haberle dado de comer a la criatura. 

Cuando despertó vio sus ropas, un manojo sanguinolento tirado en un rincón, espacio donde se concentraba toda la sangre y a donde sin duda había huido su pareja en medio de su desesperación. Entonces fue que todo, definitivamente, se rompió. El dolor que pasó esos días y noches fue tan grande que se olvidó de todo lo demás. Se olvidó del trabajo, se olvidó de sus amigos, de su familia, de la criatura. Simplemente quedó ahí, destrozado, hasta que la criatura hambrienta le reclamó, despertando una ira destructiva.

Se levantó y avanzó hasta ella, apuntándole valientemente con su pistola, gritándole, intentando empujarla hasta la puerta, golpeándola. Ya sabía lo que iba a pasar, pero igual cuando dos de los tentáculos le tomaron los brazos y empujaron con fuerza violenta de vuelta a su cama gritó y comenzó a retorcerse, sintiendo que el dolor psicológico le recorría en oleadas y torturaba. La criatura no le soltó hasta que se desmayó y a la mañana siguiente el refrigerador había sido tirado de lado y saqueado casi por completo. 

Desde entonces ha pasado una semana, aún no le ha dado de comer y es por eso que ahora viene a diario. Ha hecho de su costumbre rodearle cada vez más con sus tentáculos, a veces zarandeándole violentamente y a veces simplemente estrujándole. No deben de faltar muchos días para que decida que ya no aguantará más el hambre y suba a la cama. 

Pronto su hambre será demasiada.

Texto e imágenes de Viento Nocturno

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