¿Mamaíta, qué hay para cenar?

Fotografía digital creativa icónica de cereal con tenedor.

Me despierta la luz que se apaga, mi departamento se ha quedado a oscuras. Siento el cuerpo pesado por toda la deuda nacional acumulada y asumida en impuestos que no puedo pagar, que no quiero pagar. El ventilador silba, silba sobre mi cabeza con sus cuchillas lo suficientemente fuertes para destrozarme un dedo pero no tanto para arrancarme la cabeza. Meto la cabeza entre las aspas giratorias para detener el aparato, apretando un pequeño botón muy mal colocado entre el ventilador y el techo que ya me ha costado uno o dos dedos. ¿Por qué compré esta cosa defectuosa? Ah claro, era lo único que podía comprar y al departamento no le faltaba aire acondicionado, ya podía yo irme a buscar uno con clima si tenía el dinero para esa comodidad. Las horas que pasan en el reloj cuyas manecillas son las aspas del ventilador pasan más rápido cuando uno es capaz de seguir el movimiento del sol por los techos.

Me gusta mucho observar, observar en silencio y esperar, callar, desaparecer, hacerme invisible, no ser. Me gusta mucho el color que adoptan los colibríes cuando se alejan a toda velocidad y los rayos del sol los queman en mis retinas viejas y cansadas, jóvenes pero agotadas, veinteañeras pero a punto de necesitar un grado más porque la miopía no perdona y los cristales de las gafas no te los puedes comprar vendiendo un riñón. O bueno, sí puedes, pero honestamente eso no vale la pena. Si vas a vender un riñón en el mercado negro a alguna persona desesperada con los billetes para pagarlo entonces lo mejor será que aproveches el dinero en algo de provecho. 

Como una bicicleta, la que quería para la cena de Navidad del 94 y que mi padre me prometió que me compraría, pero entonces se quedaron ambos sin trabajo y yo quería vender un riñón para que mi madre dejara de lavar los trastes con sus lágrimas y mi padre se levantara de la cama al menos para comer. Pero los platos seguían llenos de comida cuando los recogía de su mesita de noche y el préstamo del banco no cubría los seguros por enfermedad mental, el imprevisto era simplemente otra de las inflexiones del mercado en el que todos debemos de contribuir poniendo nuestro manito al servicio del otro, así que vayan y búsquense otra casa porque esta no la pueden pagar, ni los muebles que son prestados o rentados o alquilados. 

Vi los ojos de mis amigos nublarse bajo las nubes de nieblas profundas, como el interior del local en el que mi madre empezó a trabajar y que nunca me pudo explicar qué es lo que hacía para poder darme de comer y a mi padre que se estaba recuperando y era un buen hombre, nada más necesitaba la oportunidad de volver a levantarse. Pero el cigarro no lo iba a ayudar, no te va a hacer ningún bien papá, deja ya esa cajetilla y de gastar tu dinero en las tardes en que ahora sales a caminar pensativo, deja el cigarro papá, pero lo que dejaste ir fue el cinturón por la parte metálica sobre mi cara y luego los gritos y mi madre con un ojo hinchado llevándome a que nos quedáramos con la abuela. Papá se fue con otra familia, me dijiste, papá se fue y no volverá, intentabas hacerme creer mamá pero yo era listo y había encontrado el diario con la foto de mi padre en la portada, colgando del techo con el cinturón al cuello, los ojos cerrados en su rostro que ya casi no recuerdo sonriendo cubierto con una barba de varios días, pero en paz.

Si no le gusta váyase, aquí así se hacen las cosas. Una mujer decente que está criando a su hijo no se viste de esa manera. Juanito, llama a tu madre, la directora quiere hablar con ella. ¿Por qué te cambias de escuela Juanito? ¿Es porque tu madre es una puta? Los puños y el rostro de mi padre sobre el mío, rojo de ira, rojo como vestido, como collar de perlas, como cortina, como la sangre, la sangre que corría por el pavimento de la esquina del Viaducto Tlalpan y los ojos de mi madre fijos en la luna, dos, dos ojos y una boca que gritaban en medio de un silencio sólo interrumpido por las voces de los curiosos y los flashes de las cámaras de los paparazzis para las putas muertas. 

Tienes que trabajar, Juanito. Ni modo, no hay de otra. La prepa la acabas luego, cuando ahorres dinero para comprarte un examen. La prepa puede esperar. Te recomiendo con esta persona, es muy buena, tiene muchas empresas y muchos empleados, ahí vas a tener oportunidades de crecimiento. Ah, ¿pedía también la prepa? No, lo siento, la verdad esa era la única persona que se me ocurría. Pero bueno, algo podrás encontrar para hacer, ¿no? El hambre es el dedo de la muerte que te rasca en un espacio donde estás vacío, donde antes estaban tu madre y tu padre pero que ahora sólo tiene dos cuerpos y las fotos en los diarios y los chismes para que después nadie vuelva a acordarse de ellos, y entonces te metes en una fábrica enlatadora de alimentos y te pasas la tarde cortando los mismos pescados hasta que te olvidas de quién eres, de qué quieres, de por qué estás ahí, en medio de un cuarto a oscuras, con los mosquitos entrando por la ventana porque te la rompieron y ni modo de gastar el dinero de la comida en algo que en realidad es un lujo, una comodidad, algo que uno no merece. 

Así que mejor te quedas en silencio y esperas. Te quedas en silencio e imaginas que eres de nuevo un niño pequeño, que tu mamá te está diciendo que no te sirvas tanta leche y que tampoco te sirvas tanto cereal y si cierras los ojos puedes saborearlo y puedes casi oír su voz de nuevo y escuchar el televisor encendido en la sala dando las noticias del 93 cuando Colosio sonreía ante los aplausos estrepitosos que en definitiva no eran sonidos de balas. Pero entonces te das cuenta de algo extraño, algo que está mal, miras tu cereal de nuevo y ves que hay un tenedor en vez de una cuchara y que es imposible que comas nada realmente porque así es la cosa, nunca tuviste la oportunidad de comerlo apropiadamente en primer lugar y quieres pedirle a tu madre por una cuchara pero sabes que en realidad no hay y entonces prefieres quedarte callado y observar cómo la leche se cae entre las rendijas dejándote sólo con algunos trozos de cereal que consigues rescatar. Da igual, piensas, simplemente tengo que comerlos todos primero y luego beber la leche del tazón, no es como se supone que se haga pero comer cereal es un lujo. 

Algo se te ha atorado en la garganta, no te comiste todos los trozos de cereal y comienzas a toser y caes al suelo y tu madre grita, tu padre llega corriendo a toda prisa y te mete los dedos en la boca y comienza a hundirlos en tu garganta y tú sientes que los ojos se te van hacia el interior del cráneo como si algo tirara de ellos arriba, siempre arriba, hay que mirar arriba y pensar que todo está bien, que todo estará bien, que así es simplemente como son las cosas, como tienen que ser, pero entonces ves ahí arriba a tu madre sonriendo vestida con las ropas de la chica que fue amable contigo esta mañana y que te sacó una lágrima a pesar de que no querías llorar y no quieres llorar, pero lloras y comprendo que me estoy muriendo de un ataque y que me viene mi mamita a buscar y sé que en unas horas se quejará la vecina del 83 de que huele horrible y que seguro he estado haciendo cochinadas y entonces vendrá el dueño del edificio con la policía y allanarán mi hogar para golpear mi cuerpo con sus bates y gritarme y sacarme a rastras como un saco de basura para terminar en una fosa anónima, porque no alcancé a ahorrar para pagar mi entierro. 

Fotografía digital creativa en la que se ve un plato de cereal azul con un tenedor dorado sobre un fondo negro.

Texto e imágenes de Viento Nocturno

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