Cuando el frío descienda

Las llamas de una pequeña fogata encendida.

El día en que empezó a caer la lluvia todos nos reunimos alrededor del fuego para conservar el calor de nuestros cuerpos. Los ancianos se pusieron hacia el centro junto con los niños, los más jóvenes y fuertes rodeándolos en el exterior para enfrentar las mordidas del hielo y la ventisca. El día en que empezó la lluvia el frío se hizo tan grande que todo se congeló más allá de nuestro fuego y a las pocas horas la nieve comenzó a caer en lugar del agua, cubriéndolo todo de blanco. Pero nosotros estábamos bien, porque estábamos juntos alrededor de las llamas y no necesitábamos nada más, nada más que a nosotros mismos y el calor del fuego.

Después de esos días esperamos la llegada de la primavera con ansias, empezando a explorar el terreno y a recuperar los terrenos de caza que se iban despejando con el deshielo. En uno de esos viajes mis compañeros y yo encontramos, con los rostros lívidos por el terror, el cadáver de uno de nuestros compañeros congelado bajo el hielo recién despejado, abrazándose a sí mismo. Lo reconocimos de inmediato, era uno de los jóvenes problemáticos de la aldea, uno que se había escapado porque despreciaba a todos y deseaba vivir sin tribu. Ese día cuando volvimos a la aldea le contamos a nuestra Gran Abuela y ella se sentó con mirada triste y pensativa. Nos pidió entonces a todos los jóvenes que nos sentáramos junto a ella.

- Que esta experiencia y las consecuencias sufridas por su compañero sirvan de experiencia para que ustedes puedan pensar bien en su futuro, hijos míos. Cuando el frío descienda sobre nuestras casas y corazones debemos estar siempre en compañía, es la maldición de nuestra especie. Nuestras caras se secan y se caen como hojas secas si nadie más nos observa, nuestros corazones se congelan y se deshacen como cúmulos de nieve. Estamos condenados a necesitar los unos de los otros hijos míos, inclusive aunque nos separemos de nuestra tribu necesitamos buscar otra o formar la nuestra si queremos seguir con vida. Es sólo gracias al calor de la tribu que hoy en día pueden ustedes estar aquí. - la Gran Abuela lanzó al fuego las plumas de águila que nuestro compañero había dejado atrás y dio por terminado el sermón. 

Texto e imagen de Viento Nocturno

Comentarios

Entradas populares de este blog

Niño malo

El Horno