Ave Negra
Últimamente tengo todas las noches la misma pesadilla, el mismo maldito escenario repetido como televisión de los domingos pero mucho más inquietante que las películas que no llegaron al "Sábado Apantallante" y que aún así querían aparecer de a huevo en mi televisión. De cualquier forma no es como si viviera este sueño como si fuera una película, quizá es eso lo que lo vuelve mucho más inquietante que la Titanoboa 2000... o quizá sea el hecho de que eso se siente mucho más real que imaginar una serpiente gigante que recorre los campos de Estados Unidos comiéndose a los cazadores glorificados y a las familias desprevenidas que deseaban tener un día de campo en el interior de sus vehículos ("Americanos, por supuesto").
En la visión me encuentro en un lugar que se parece mucho a mi casa, pero que a la vez es terriblemente distinto de esta. Unas largas y pesadas oscuridades se extienden por los suelos, los techos y las paredes mientras que del exterior, a través de las ventanas, se puede apreciar el brillo verde azulado de una luz contaminada, infecta, la clase de luz que iluminaría mi hogar si este se encontrara en el fondo de un lago de agua sucia. Cuando terminábamos de lavar solíamos juntar el agua de la lavadora en unos tambos para después reutilizarla para lavar los patios y las calles, pero el tono a veces parduzco de esa agua cuando mi ropa estaba llena de tierra por haberme caído en el parque y mi madre fruncía los labios pero no decía nada no se parece en nada al de ese lugar. Me recuerda mucho más a cuando visité la casa del abuelo y este, que ya tenía muy avanzado el alzheimer, se había dejado olvidada la tina del baño llena por varios meses.
Quizá uno imaginaría que al estar debajo del agua sería necesario que dentro de la casa yo escuchase sonidos, los que hace la respiración del mar cuando se mueve con sus corrientes y mareas, pero en realidad esto era muy distinto de lo que hubiera esperado. Todo estaba sumido en cambio en el más profundo y antinatural de los silencios, un silencio que lo devoraba todo con mucha más violencia que la oscuridad y lo convertía en inhóspito, misterioso, aterrador. Un silencio más pesado al que guardaron todos mis compañeros cuando la maestra me estaba regañando por algo que no había hecho yo y se molestaba tanto que me daba una bofetada, pero más bien parecido al silencio que mi madre guardó por semanas después de la muerte de mi hermana. Pasó muchos días encerrada en su cuarto, apenas sin poder comer y al parecer sin poder dormir tampoco, y por más que yo me le acercase y la abrazara y llorara y le suplicara ella mantenía la vista fija en unas grietas de la pared que tenían una forma como de un ave gigantesca.
No puede haber aves debajo del mar, ¿cierto? Es imposible, ¿verdad? Es por eso que estoy seguro de que es un sueño, incluso aunque a veces me sienta más despierto que cuando voy a mi trabajo a que mi jefe me diga que si no quiero quedarme horas extras, que ya va siendo el momento de que me ponga la camisa y me vaya acostumbrando a trabajar por el bien de la compañía aunque lleve varias semanas posponiendo cosas y sufriendo crisis nerviosas al intentar dormir por la falta de descanso y el estrés. Pero no, por eso es que es imposible, además en la vida real no hay pájaros tan grandes.
Un graznido desgarrado, antinatural y reverberante me saca de mis cavilaciones. Llevaba pensando tanto rato que me había olvidado de que ahora mismo estaba de hecho en el sueño y que no tenía tiempo para pensar. Alzo la cabeza para encontrarme con un ojo furioso, enorme y enloquecido que me mira desde el interior de la cabeza del monstruo, incrustado en ese feo cráneo alargado cuyo pico ahora se abre de nuevo para mostrarme varias filas de diminutos pero afilados dientes. La adrenalina me domina, el impulso de correr para sobrevivir se apodera de mí mientras huyo de la ventana y me precipito por los laberínticos pasillos de esa casa que no es mía aunque se parezca, intentando alejarme de todas las aberturas que el pájaro gigante o lo que sea eso en realidad utiliza para mirar hacia el interior, buscándome, acechándome, deseando devorarme o peor. Lo siento volando o nadando o lo que sea allá afuera, oigo el batir obsceno de sus alas y siento la corriente helada de una brisa que me asfixia los pulmones.
Finalmente me oculto en el único armario que encuentro en una habitación con ventanales del segundo piso y oculto la cabeza entre los brazos mientras resbalo lentamente hasta el suelo, llorando de desesperación. Una vez cuando era pequeño mis primos me encerraron en el cobertizo de mis abuelos cuando jugábamos a las escondidas por la mañana. Se olvidaron de mí después que los llamaran a comer y cuando empezaron los adultos a buscarme no se les ocurrió mencionárselo. Cuando mi abuela escuchó por fin mi llanto al acercarse por el jardín mientras los demás recorrían las calles del vecindario o hablaban con los oficiales de la policía fue ella la que me abrió la puerta con el rostro pálido y lívido. Mas cuando intenté acercarme para abrazarla, deseando que me consolara, ella, que creía que de alguna manera yo me había encerrado allí solito, me apartó con violencia y me miró a los ojos obligándome a dejar de llorar de la pura impresión.
- No deberías de estar llorando así después de asustarnos tanto, te lo tienes bien merecido por creer que sería gracioso encerrarte aquí. Les hemos dicho mil y una veces que este lugar está fuera de los límites, que nunca deben de entrar aquí. Anda ya, no te vayas a poner a chillar de nuevo. No, aparta, no te voy a abrazar. Tienes que hacerte hombrecito, y un hombrecito no le tiene miedo más que a la muerte.
En la visión me encuentro en un lugar que se parece mucho a mi casa, pero que a la vez es terriblemente distinto de esta. Unas largas y pesadas oscuridades se extienden por los suelos, los techos y las paredes mientras que del exterior, a través de las ventanas, se puede apreciar el brillo verde azulado de una luz contaminada, infecta, la clase de luz que iluminaría mi hogar si este se encontrara en el fondo de un lago de agua sucia. Cuando terminábamos de lavar solíamos juntar el agua de la lavadora en unos tambos para después reutilizarla para lavar los patios y las calles, pero el tono a veces parduzco de esa agua cuando mi ropa estaba llena de tierra por haberme caído en el parque y mi madre fruncía los labios pero no decía nada no se parece en nada al de ese lugar. Me recuerda mucho más a cuando visité la casa del abuelo y este, que ya tenía muy avanzado el alzheimer, se había dejado olvidada la tina del baño llena por varios meses.
Quizá uno imaginaría que al estar debajo del agua sería necesario que dentro de la casa yo escuchase sonidos, los que hace la respiración del mar cuando se mueve con sus corrientes y mareas, pero en realidad esto era muy distinto de lo que hubiera esperado. Todo estaba sumido en cambio en el más profundo y antinatural de los silencios, un silencio que lo devoraba todo con mucha más violencia que la oscuridad y lo convertía en inhóspito, misterioso, aterrador. Un silencio más pesado al que guardaron todos mis compañeros cuando la maestra me estaba regañando por algo que no había hecho yo y se molestaba tanto que me daba una bofetada, pero más bien parecido al silencio que mi madre guardó por semanas después de la muerte de mi hermana. Pasó muchos días encerrada en su cuarto, apenas sin poder comer y al parecer sin poder dormir tampoco, y por más que yo me le acercase y la abrazara y llorara y le suplicara ella mantenía la vista fija en unas grietas de la pared que tenían una forma como de un ave gigantesca.
No puede haber aves debajo del mar, ¿cierto? Es imposible, ¿verdad? Es por eso que estoy seguro de que es un sueño, incluso aunque a veces me sienta más despierto que cuando voy a mi trabajo a que mi jefe me diga que si no quiero quedarme horas extras, que ya va siendo el momento de que me ponga la camisa y me vaya acostumbrando a trabajar por el bien de la compañía aunque lleve varias semanas posponiendo cosas y sufriendo crisis nerviosas al intentar dormir por la falta de descanso y el estrés. Pero no, por eso es que es imposible, además en la vida real no hay pájaros tan grandes.
Un graznido desgarrado, antinatural y reverberante me saca de mis cavilaciones. Llevaba pensando tanto rato que me había olvidado de que ahora mismo estaba de hecho en el sueño y que no tenía tiempo para pensar. Alzo la cabeza para encontrarme con un ojo furioso, enorme y enloquecido que me mira desde el interior de la cabeza del monstruo, incrustado en ese feo cráneo alargado cuyo pico ahora se abre de nuevo para mostrarme varias filas de diminutos pero afilados dientes. La adrenalina me domina, el impulso de correr para sobrevivir se apodera de mí mientras huyo de la ventana y me precipito por los laberínticos pasillos de esa casa que no es mía aunque se parezca, intentando alejarme de todas las aberturas que el pájaro gigante o lo que sea eso en realidad utiliza para mirar hacia el interior, buscándome, acechándome, deseando devorarme o peor. Lo siento volando o nadando o lo que sea allá afuera, oigo el batir obsceno de sus alas y siento la corriente helada de una brisa que me asfixia los pulmones.
Finalmente me oculto en el único armario que encuentro en una habitación con ventanales del segundo piso y oculto la cabeza entre los brazos mientras resbalo lentamente hasta el suelo, llorando de desesperación. Una vez cuando era pequeño mis primos me encerraron en el cobertizo de mis abuelos cuando jugábamos a las escondidas por la mañana. Se olvidaron de mí después que los llamaran a comer y cuando empezaron los adultos a buscarme no se les ocurrió mencionárselo. Cuando mi abuela escuchó por fin mi llanto al acercarse por el jardín mientras los demás recorrían las calles del vecindario o hablaban con los oficiales de la policía fue ella la que me abrió la puerta con el rostro pálido y lívido. Mas cuando intenté acercarme para abrazarla, deseando que me consolara, ella, que creía que de alguna manera yo me había encerrado allí solito, me apartó con violencia y me miró a los ojos obligándome a dejar de llorar de la pura impresión.
- No deberías de estar llorando así después de asustarnos tanto, te lo tienes bien merecido por creer que sería gracioso encerrarte aquí. Les hemos dicho mil y una veces que este lugar está fuera de los límites, que nunca deben de entrar aquí. Anda ya, no te vayas a poner a chillar de nuevo. No, aparta, no te voy a abrazar. Tienes que hacerte hombrecito, y un hombrecito no le tiene miedo más que a la muerte.
Texto e imagen de Viento Nocturno
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