Recuerdos soleados
Era clarito el sol cuando yo era niño
y las nubes que volaban en lo alto de mi casa
nunca habían ennegrecido,
mis ojos adoraban ver
el sol y la tormenta,
los reflejos de cristales
y los cristales en los caminos,
miles de barquitos de papel
caían como diluvio
sobre los ríos de las calles
y mis ojos observaban
siempre sin pestañear.
La luz no es eterna
ni es inamovible,
la luz se dobla, se retuerce, se adapta,
un rayito de sol no oscurece al entrar
en una habitación en penumbra,
más bien al contrario
ilumina el entorno
y él mismo va cambiando
e influenciándolo todo:
no es lo mismo la luz del amanecer
que la luz del atardecer
que la luz del medio día,
el sol es adorable cuando despierta bostezando
que es cuando yo lo miro con ternura,
hay algo sublime en cambio en el sol que se oculta
y entonces yo prefiero estar callado,
mientras que a medio día
el sol que se aburre
me aburre a mí igual.
Mi abuelita me decía
que cuando yo era bebito
sintió que el cuarto se iluminaba
cuando abría los ojitos,
desde entonces bastaba que entrara
para que ella sonriera
con ojos y boca,
por dentro y por fuera,
me gusta iluminar
los ojos de las personas,
me gusta observar
la luz que se refleja
cuando un niño juega a saltar
en la fuente,
me gusta pensar en los rayos del sol
y observar con mis ojos brillantes
la oscuridad cuando llega la tormenta.
Texto e imagen de Viento Nocturno
Gracias por tanta luz!
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