Uróboros
La llamaste quinientas veces y ni una sola de ellas contestó el teléfono. Comienzas a asustarte, a desesperarte, ella es la única persona en la que confías y ahora no está ahí para ti, no está para ayudarte. ¿A quién más se supone que acudas? Su número es el único que te sabes de memoria, por alguna razón no hay ningún contacto registrado en tu celular y no tienes idea de qué es lo que está pasando, dónde estás o por qué estás ahí, qué es lo que tienes.
Bueno, al menos sabes que estás en un hospital, pero no entiendes por qué. No te sientes mal, no hay nadie más contigo en la sala, no hay nada escrito a los pies de la cama. Apartas las sábanas blancas de un manotazo y sales con tu bata a caminar por los pasillos, mirando alrededor aterrado y completamente desorientado. Un par de enfermeras se te acercan con sus sonrisas falsas, hay algo oscuro al fondo de sus ojos, oculto, algo que no alcanzas a comprender. Te preguntan que si te sientes bien, que si te pueden ayudar en algo y tú les pides que te pongan en contacto con tu esposa, les dices que llevas intentando llamarla toda la mañana y que aún no contesta.
Notas que se miran de una forma extraña y entonces una de ellas se te acerca, toma tu brazo y te pide que la acompañes de vuelta a la habitación, que todo va a estar bien. Pero tú no quieres, tú no quieres creer que todo va a estar bien, así que te sueltas y sales corriendo por uno de los pasillos hacia uno de los teléfonos del hospital, uno de los que están a disposición de los pacientes. Quizá sea tu teléfono el que está mal, quizá esa sea la razón por la que ella no está contestando tus llamadas.
- ¿Hola? ¿Quién es? - reconoces la voz de inmediato y te alegras: es su papá.
- Hola suegro, soy yo. Quería ver si estaba disponible mi novia, he estado... - te interrumpes de pronto sintiendo algo muy pesado en tu garganta, ¿por qué contestó el teléfono su papá?
- No puede ser... - oyes un suspiro al otro lado de la línea y luego algo que te deja helado, ¿llanto?
- ¿Qué pasó? ¡¿Qué es lo que pasó?! - preguntas, desesperado.
- Es la tercera vez que pasa esto en la semana... Nos prometieron que se harían cargo de... Escucha, escúchame, ella murió ¿sí? Murió hace casi un mes ya. Tú intentaste defenderla pero no pudiste hacer nada, terminaste en el hospital y ahora...
- No puede ser... - tus manos no pueden dejar de temblar mientras miras la pared blanca frente a ti lleno de horror - No puede ser posible, si ayer celebramos nuestro aniversario y...
- Eso pasó hace un mes... Mira, no puedo hacer esto, lo siento mucho. Le avisaré a tu familia, pero yo no puedo hacer esto. - escuchas un click y luego un largo pitido.
Sientes una mano en tu hombro y te das la vuelta. Es un doctor, un hombre alto de ojos claros y muy poco pelo blanco aún adherido a su cráneo. Te mira con tristeza y niega con la cabeza, te conduce de vuelta a tu habitación donde las enfermeras se apresuran a ayudarte a recostarte, una de ellas secándose las lágrimas. Los miras cada vez desde más lejos, escuchas que intentan explicarte algo pero sus voces apenas llegan como ecos debajo del agua, como sombras de malas pesadillas. Eventualmente te dejan solo y te vuelves a quedar dormido.
Tienes una horrible pesadilla, un sueño sangriento de gritos y disparos, de autos pisando el acelerador a fondo y de patrullas llegando demasiado tarde. Sientes un dolor terrible en el pecho, tu corazón se rompe en mil pedazos cuando ves el cuerpo de tu esposa mirándote desde el suelo, la muerte viviendo en tus ojos. Unas personas intentaron secuestrarla, intentaron llevársela quién sabe a dónde mientras volvían tranquilamente a casa después de una larga noche celebrando y ahora habían huido y ella estaba muerta. Un grito comienza a formarse en tu garganta, un grito tan grande que no puede salir por tu boca y comienza a desbordarse, a romper tu carne y tus ojos en medio de aullidos y de un llanto descontrolado y doloroso.
Te despiertas llorando, muy asustado. ¿Qué ha sido toda esa pesadilla? Mientras los recuerdos del sueño comienzan a desvanecerse comienzas a cobrar conciencia de tu entorno y te das cuenta de que no estás en tu casa. ¿Qué es todo aquello, un hospital, una bata? ¿Por qué estás ingresado en un hospital, qué pasó? Encuentras tu celular oculto donde siempre en tu mesita de noche y te das cuenta de que no hay ningún contacto guardado. Mientras el miedo te domina te aferras a tu única esperanza, el único número que te sabes de memoria y la única persona que sabes que siempre estaría ahí para ti, el amor de tu vida. Pero por más que lo intentas no logras contactar con ella. La llamaste quinientas veces y ni una sola de ellas contestó el teléfono.
Texto e imagen de Viento Nocturno
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