Aishiteru mi amor

Acuarela de una flor rosada contra un cielo blanco y azulado.

Komorebi es una palabra japonesa que se refiere a la luz del sol, en específico a la tonalidad y suavidad que esta adopta al pasar a través de las hojas de los árboles. La luz de los árboles del verano que poco a poco llena nuestras calles con la tonalidad de los recuerdos y los sueños, cuando las calles tienen árboles por supuesto. Cuando no es más bonito ir al parque, sentarse un rato a pensar y a imaginar que toda la ciudad es así, cubierta de verde, de vida, de suaves sombras y tiernos vientos. 

En japonés hay muchas palabras que no tienen una traducción al español, en particular hay muchos términos específicos para conceptos metafóricos, complejos, subjetivos e incluso poéticos. Samidare, por ejemplo, es un término que se utiliza para referirse a una lluvia que sucede al principio del verano. Los charcos en el parque por supuesto reflejaban el cielo nublado y las copas de los árboles, invertidas y desdibujadas, tapizaban el asfalto con sus tonos verdes y marrones acuareleados en una obra de arte de la naturaleza completamente efímera y espontánea.

Tus ojos parpadearon un par de veces cuando me vieron, sentada solitaria y ensimismada en una banca del parque en medio de aquel día de lluvia. Era probablemente la primera persona que te encontrabas durante todo aquel día en el parque, incluso quizá en el exterior en general. Habías salido a pasear justamente por esa razón, porque deseabas estar sola, que tus ojos no se cruzaran con nadie y poder así centrarte en tus pensamientos mientras observabas ensimismada a las jacarandas. Sakuragari es la palabra que mencionaste cuando te pregunté que qué hacías, yo te entendí de inmediato aunque tú rápidamente te disculpaste y me explicaste que aquello significaba que habías salido a buscar cerezos en flor, y que aunque sabías que en México no había tal cosa te gustaba observar también las jacarandas. 

Aunque yo no había ido a buscar cerezos en flor sí que había encontrado mucha belleza a mi alrededor. Sonreí sin poder evitarlo y pensaste que te estaba coqueteando, aunque me hubiera encantado debo admitir que simplemente me sentí muy cohibida y feliz de poder hablar contigo, sin ninguna razón aparente. Te conté entonces que yo estaba allí disfrutando de un simulado shinrinyoku, un baño de bosque. Aunque sabía que aquel no era un bosque ni podía compararse con uno auténtico, me gustaba fingir que lo era para disfrutar de sumergirme en la naturaleza y absorber su belleza. No sé qué te sorprendió más, si el hecho de que conocía esa palabra o el que ambas estuviéramos allí por razones parecidas. Pero me sonreíste de vuelta y me preguntaste si podías sentarte a mi lado.

Hablamos por horas, sin importarnos la suave lluvia que se filtraba a través de las hojas de los árboles y nos mojaba como a todo alrededor, sin importarnos el frescor del viento que soplaba. Después de eso nos quedamos un rato en silencio, simplemente escuchando el sonido de las gotas de lluvia, el amaoto. Los árboles se inclinaban suavemente con el viento, como si bailaran al ritmo de una música suave e invisible que invitara a los ojos a cerrarse y a los corazones a volar lejos, en pos de sus almas soñadoras. Me miraste a los ojos y me hiciste prometer que nos volveríamos a ver. 

Unos días más tarde, otra tarde de lluvia, decidí volver al parque para ver si podía volverte a encontrar. Esta vez la lluvia era más fuerte así que llevé mi paraguas, algo preocupada de no poder encontrarte y de que estuvieras mojándote irremediablemente. Por suerte cuando te vi tú también tenías un paraguas, lo que fue un alivio que de inmediato vi reflejado en tus ojos. Al parecer tú también habías estado buscándome, preocupada porque fuera a enfermarme o a que me hubiese ido pronto por la lluvia. Yo te sonreí sintiendo mi rostro calentar como el sol del verano y te invité a compartir paraguas conmigo. Aceptaste de inmediato, cerrando tu paraguas y abrazándome con algo de timidez pero con decisión, como si estuvieras decidida a estar ahí conmigo, las dos juntas. Aiaigasa, dos personas que comparten un paraguas bajo la lluvia.

Volvimos a vernos muchas veces después de eso, tanto que poco a poco comenzamos a apreciar el cambio de color en las hojas de los árboles hacia las tonalidades del otoño debido al momiji. Los vientos comenzaron a volverse más fríos y ambas comenzamos a usar suéteres, lo que sentíamos que nos hacía combinar tanto con el paisaje otoñal que casi parecía que nos íbamos a volver parte de él en cualquier momento. Hablamos de muchas cosas en esas incontables veces que nos vimos, hablamos tanto que poco a poco comenzamos a crecer la una dentro de la otra, a cambiar de color como las hojas y a dejarnos influir, cambiar gracias a la experiencia de ser conocida y conocer todo de otra persona. 

Yo comenzaba a preguntarme cuándo podría preguntarte, cuándo podríamos estar juntas de verdad, ser algo oficial. La duda me carcomía por dentro y evitaba que pudiera disfrutar del tiempo a tu lado, volviéndome más distante y apagada. Ojalá hubiera estado más despierta para ver el daño que te causaba aquello, la forma en que me mirabas llena de confusión, dolor e impotencia cuando actuaba de esa manera contigo, pero estaba demasiado enterrada en mis propios pensamientos. Un día que caminábamos por el parque nos sorprendió el atardecer y pudimos tener el privilegio de escuchar el semishigure, el canto de todas las cigarras del bosque. Tú te detuviste un momento como siempre hacías y dejaste que el sonido te envolviera, cerrando los ojos. Yo tomé tu mano y te susurré al oído que te quería mucho y que quería estar contigo.

Quiero que entiendas que para poder decirte esas palabras yo había tenido ya un millón de luchas conmigo misma, quiero que sepas que estaba llena de inseguridades y miedos, que no sabía lo que iba a pasar ni estaba segura de querer saberlo. Es por eso que me dolió profundamente lo que hiciste. Kumogakure es una palabra que se utiliza para referirse al sol o la luna que desaparecen y se esconden entre las nubes. De esa misma manera, silenciosa y sin explicaciones, tú te fuiste aquella noche y por mucho tiempo no volví a saber de ti. Era extraño, como si todavía estuvieras ahí y como si todavía pensaras en mí, pero ahora estabas cubierta por las nubes y no podía verte, no podía alcanzarte. Eso me deprimió. 

El viento helado que llega anunciando la cercanía del invierno se llama kogarashi. Normalmente es un viento ruidoso, fuerte, que llega desde las llanuras del norte con fríos distantes y corta la piel, rompe la armonía, se lleva todas las hojas consigo. No podía salir aquellos últimos días del otoño, no podía salir de mi casa. Tenía mucha vergüenza, mucho miedo y dolor en mi interior. Mi mente no dejaba de aullar como el viento de afuera, llenándome de dudas y pensamientos oscuros. ¿Acaso era porque éramos dos chicas que habías decidido marcharte de aquella manera? ¿Había malinterpretado yo todo y en realidad tú sólo me considerabas una amiga? ¿Me odiabas ahora? El frío se extendía poco a poco en mi interior, haciéndome temblar. 

Uno de los primeros días del invierno finalmente me llamaste. Lo primero que hiciste fue disculparte, y yo, que casi estaba llorando de la emoción de volver a oír tu voz, te dije de inmediato que estaba bien y que no había nada que disculpar. Tú insististe en que no negara mis sentimientos, dijiste que sabías que debía de haber estado pasando un muy mal rato y me pediste vernos de nuevo, salir a caminar al parque para poder hablar y que me explicaras lo que había pasado. Uno de los últimos días templados y agradables del año, un koharubiyori, fue el día en que finalmente volvimos a vernos, dándonos un abrazo tan cálido como aquel día que tranquilizó mi corazón. 

Me explicaste cómo te habías sentido, me dijiste que creías que yo me estaba aburriendo de ti y que incluso comenzaba a odiarte, lo que te estaba haciendo sentir cada vez peor. Me habías contado ya antes que cuando estabas en la escuela habías sufrido mucho bullying, así que no me sorprendió cuando me dijiste que habías pensado que te había dicho aquello para burlarme de ti y que te habías molestado tanto que la ira te había cegado por completo. Tomé tu mano mientras me contabas cómo poco a poco habías ido juntando las piezas y te habías dado cuenta de que en realidad tú sentías lo mismo por mí, y entonces comprendiste que mi distanciamiento no había sido porque te odiara si no porque comenzaba a amarte. Finalmente, tomando ahora tú mis manos entre las tuyas, me miraste de frente con solemnidad. "Osewa ni narimasu" me dijiste, lo que significa "estaré a tu cuidado".

El kintsugi es una forma de arte japonesa en la que los objetos rotos son vueltos a pegar y sus grietas son cubiertas por pintura dorada, simbolizando así que la vida de los objetos no termina cuando estos se rompen y que las grietas y cicatrices, físicas o emocionales, pueden ser también hermosas si reciben los cuidados adecuados. Cuando volvimos a empezar a hablar me lo mencionaste, me dijiste que ambas habíamos pasado por mucho y que ambas teníamos grietas, como aquellas vasijas rotas, pero que si trabajábamos lo suficiente y teníamos paciencia podíamos conseguir algo mucho más bello de todo esto. Creo que lloré cuando lo mencionaste, lo que te sorprendió un poco mientras me abrazabas para intentar calmarme. Lo entendiste sin embargo cuando te dije que eras la primera persona que me decía que quería estar conmigo para acompañarme en el proceso de sanación de mis propias heridas, eras la primera que realmente me veía. 

Estábamos muy felices, ambas estábamos juntas ahora y parecía que el invierno ni siquiera era frío. Los cielos blancos y la naturaleza congelada en el tiempo se volvieron otro escenario lleno de belleza con el que podíamos pasear en paz y armonía. Me habías dicho que desde que habías venido aquí extrañabas la nieve que caía en el norte de tu país, por lo que decidí llevarte de viaje vacacional a una zona donde caía aquí en México. Te emocionaste mucho y me comenzaste a contar del término rikuka, que se refiere a los seis pétalos o flores blancas que componen cada uno de los copos de nieve. Yo te escuché ensimismada mientras el camión nos conducía entre las montañas y sentí que mi corazón dio un vuelco cuando suspiraste y te recostaste en mi hombro, comenzando a latir a toda velocidad. Cuando por fin llegamos al lugar donde nos quedaríamos por unos días y el paisaje nevado que nunca había visto yo en persona se mostró en toda su grandeza ante mis ojos, sentí un sentimiento de profunda felicidad crecer, caliente e invencible, en mi interior.

Hatsune es el primer canto del año, y nosotras lo escuchamos juntas. Los días enteros que pasé a tu lado en aquella cabaña que rentamos en lo alto de la montaña quedarán para siempre grabadas en mi recuerdo como de las mejores de mi vida. Nada podía compararse con el poder despertar e irme a dormir a tu lado, con el pasar largas horas caminando por un auténtico bosque y tener todo el tiempo del mundo, todo el espacio del mundo, para nosotras. Miraba en ocasiones en tus ojos y veía una inmensidad a la que no estaba acostumbrada y que en ocasiones me asustaba un poco, pero la mayoría de las veces me hacía sentir que esto era el inicio de una época de sublime felicidad en mi vida. 

Llegó la primavera y una noche de inicios de la misma me pediste que te acompañara a caminar por tu vecindario. Aquello me pareció algo raro, pues siempre habías evitado que nos acercáramos juntas al lugar donde vivías para que no nos viera nadie y le dijera a tus padres, pero decidí que debía de ser algo importante y acudí de inmediato. Oborozuki, la luna llena brumosa de una noche primaveral, nos iluminaba como una caricia desde las alturas mientras yo te seguía en silencio hasta que nos detuvimos en un parque de juegos infantiles a unos pasos de tu casa. Tú te sentaste en un columpio y yo me senté a tu lado, presintiendo que tenías muchas cosas en la cabeza y esperando pacientemente a que decidieras compartirlas conmigo. 

Me dijiste que le habías dicho a tus padres que te gustaban las chicas, que habías sentido que era lo apropiado dado que ella ya había conocido a mis padres en esos términos. Antes de que pudiera protestar me dijiste que no pasaba nada, que sabía que no estaba obligada a ello y no se había sentido presionada, pero que simplemente le había parecido que era lo correcto. Tus padres se habían mostrado algo preocupados aunque desde el principio te habían dicho que siempre te amarían, aunque les costara trabajo comprender aquello. "Mottainai!"habían dicho al principio, que se traduce como "¡qué desperdicio!". Poco a poco habían ido aprendiendo más acerca de lo que significaba y habían comprendido que aquello no cambiaba nada, que tú aún te podías enamorar y que podías estar con alguien que te hiciera feliz. Entonces te pidieron que me presentaras con ellos, para poder estar tranquilos y saber que estabas en buenas manos. 

Yo me levanté del columpio de un salto con una sonrisa de oreja a oreja, te jalé con suavidad para que te levantaras, te abracé y te cubrí de besos. Tú, muy sonrojada y cohibida, me pediste que parara entre risas nerviosas mientras me apartabas suavemente y me preguntabas que a qué se debía todo aquello. Yo te dije que estaba muy orgullosa de ti, que no podía contener en mi corazón la felicidad y el orgullo de lo valiente que habías sido y de que por fin podría pasar oficialmente a formar parte de tu familia, sin secretos ni pretensiones. Te dije que eras una persona increíble y que estaría más que contenta de ir a conocer a mis suegros esa noche, y tú me contestaste muy apenada que sólo eras así porque tus sentimientos por mí eran inmensos y gracias a la buena influencia que había traído a tu vida. Aunque protesté tú insististe, me dijiste que yo te había hecho sentir más como tú misma y que te había ayudado a mejorar como persona. Entonces, antes de que fuéramos a tu hogar, me diste un beso en la mejilla y me susurraste una palabra al oído. "Aishiteru", ¿es necesario que les diga lo que significa? 

Texto e imagen de Viento Nocturno

Comentarios

Entradas populares de este blog

Niño malo

Cuando el frío descienda

El Horno