El fin de la patria
El hombre no respondió. Se quedó mirando en silencio, recordando cuando era niño y le enseñaron los valores de la patria. Que era importante respetar los símbolos de la autonomía de la nación, lo que significaba la soberanía, que la historia tenía un significado y seguía siendo vigente en la identidad nacional presente. Recordó cuando tuvo que aprenderse los nombres y las fechas de inicio y fin de mandato de todos los presidentes, las de nacimiento y defunción de todos los héroes, las obras más importantes de todos los artistas y pensadores. Recordó las clases de literatura en que hablaron de la forma en que la identidad de su país era enriquecida por todos los escritos que ahora ya nadie recordaba, las clases de formación cívica donde le enseñaron un sistema de gobierno que ya era poco menos que una broma, una triste sombra de lo que quería representar.
El hombre intentó recordar, ¿cuándo había empezado a existir su nación? ¿Cuándo era que la identidad se había consolidado, cuando había comenzado la escritura de la historia de su país en los invisibles libros del destino? Quizá había sido con la demarcación última del territorio, cuando se habían independizado de España y habían empezado a actuar con soberanía. Quizá ya desde antes en esa región en particular la gente tenía su propia identidad, incluso bajo el gobierno ibérico. Quizá antes de la conquista, cuando los países no estaban delimitados bajo conceptos modernos y los asentamientos indígenas se transformaban en imperios, en ciudades-estado y en naciones itinerantes. Quizá mucho antes, cuando los primeros seres humanos llegaron a la zona y comenzaron a dejar la huella de su paso por el mundo.
Se dio cuenta de que no estaba seguro, no era algo que pudiera contestar en aquellos momentos y menos con los conocimientos limitados que recordaba (de la época en que se le daba importancia a esas cosas). Pero de lo que sí estaba seguro era de que esa fecha, a esa hora exacta, la historia de su nación se terminaba. El lenguaje oficial estaba proyectando cambiarse y ya casi no se enseñaba la lengua madre en las escuelas. Las tradiciones eran perseguidas o fetichizadas para atraer turistas. Los lugares históricos eran olvidados o convertidos en parques de diversiones. El arte estaba oficializado por un instituto ajeno a las tradiciones estéticas de su nación.
Una hoja de periódico llegó volando hasta chocar con su pierna. Era una primera plana que anunciaba los beneficios de la compra del país por aquella importante empresa primermundista. El gobierno podría delegar tareas y funcionar con un esquema de crecimiento en competencia con los gobiernos de otros países también comprados, el ejército serviría bajo mayores estándares y con mayor influencia, se acabarían los disturbios y todos los levantiscos que se quejaran serían tildados de "terroristas de estado radicales y se lidiaría con ellos"... No, tampoco los periódicos les pertenecían ya. Desde antes los habían traicionado, pero ahora verdaderamente los estaban aplastando.
Él recordaba muy bien cómo había protestado contra aquella anexión, cómo habían protestado todos. Recordaba a sus desaparecidos, a aquellos que sabía seguían en prisión política, a aquellos que habían ejecutado públicamente y aquellos de los que no se sabía nada. Recordaba la masacre que había tenido lugar en una de las plazas principales y cómo se había vetado el uso de la palabra "genocidio" luego de ello. Recordaba los tanques, las balas y las granadas, el toque de queda en las calles, el miedo, las ventanas cerradas y los rostros bajos, aterridos, pisoteados. Ahora ya no quedaba nada, ya no quedaba nada más que la sangre escurriéndose por entre las grietas y la memoria cada vez más opaca que se iba desvaneciendo en el vacío.
- Hijo, eso es el Mal.
Texto e imagen de Viento Nocturno
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