Un flamenco ante el deseo
- Me siento tentado a decir que tú estás efectivamente deseando comer una de mis uvas. - me interpeló muy groseramente el hombre cuya cabeza era, efectivamente, un racimo de uvas.
Lo miré indignado, pero tuve que apartar la mirada casi de inmediato pues de lo contrario mi rostro se volvería en un tomate, y eso en sí mismo era bastante vergonzoso. Por ahora me gustaba tener cabeza de flamenco, estirar mi largo cuello y ocultarlo en mi propio abrigo con gran dignidad, para después girarme y observarlo por unos segundos altivamente, antes de volver a desviar la vista y pretender que no existe.
El reloj en la pared de la cocina dio las once, el sol sin duda ya no entraba a raudales por las ventanas, la mañana se acababa. Miré con impaciencia la alta puerta de madera desconchada, antes blanca, ahora como mucho manchada, moteada, grisácea. Quizá llegaría pronto Ariadna, la hermana del hombre cuya cabeza era un racimo de uvas y a quien realmente esperaba encontrar al adentrarme en este lugar. Pero los complejos departamentales suelen ser todos iguales, al igual que las horas que había pasado ya esperando sentado en la sala hasta que al fin había sido el hermano de Ariadna el que, aburrido, había bajado del segundo piso y había dedicado toda la fuerza de su voluntad a seducirme.
- Vamos, la piel es dulce y se pela con facilidad, el interior es jugoso y aún más dulce, refrescante. Hay muchas además, ¿no deseas darles al menos una mordida? - contrario a mis reflexiones, mi estómago rugió, hambriento.
- Le ruego, caballero, que se ponga algo encima. ¿Qué dirá su hermana si me encuentra así con usted sentado semidesnudo en la sala? - le lancé otra dura mirada, recorriendo involuntariamente la delicada curva de su cuerpo con mi pico en el aire y luego me volví tozudo hacia la pared, fingiendo contemplar un cuadro de Venus.
El extraño se rió como si le hubiera contado el chiste más gracioso del mundo y aplaudió con cinismo.
- Vaya, no sabía que eras actor. ¿De qué obra literaria del siglo pasado haz adaptado ese diálogo, bonito? Estoy seguro de que significa que aún no llego a ti, que no confías en mí, que crees que Ariadna pensará algo o le importará encontrarnos así y que por tanto a ti no te molesta tanto verme desnudo como para decirme directamente que no deseas hacerlo. - al escuchar estas palabras en definitiva me enfadé y me levanté para caminar hacia la cocina.
¿Por qué tengo que decidir sobre algo que ni siquiera deseaba plantearme en primer lugar? Esta persona está aquí, deseándome con locura y por supuesto que yo también siento cierto deseo y cierta atracción, ¿pero no se me puede dejar querer no desear en paz? ¿No se me puede dejar desear un poco y a la vez repeler? ¿Se supone que simplemente ceda, que diga que sí, que me entregue? No, no quiero, no quiero hacerlo. Pero, ¿y si después quiero hacerlo? ¿Y si este deseo que es pequeño crece, y si en realidad cambio de opinión o me siento más dispuesto a desear más tarde? Pero no, no, no, esto me hace sentir muy incómodo, no siento confianza justo ahora. Si esta persona realmente me desea, tendrá que respetar a su vez mis sentimientos, mi disposición, mis propios deseos, mi voluntad. Si entonces decido contactarlo y la situación me lo demuestra... quizá... Bueno, basta.
Le doy la espalda, lo ignoro por largos minutos, observando alternativamente al reloj y a la puerta, pensando distraídamente en el desayuno de mañana para apartar al chico de cabeza de racimo de uvas de mis pensamientos. Oigo claramente cómo, herido y derrotado, el chico se levanta y comienza a dirigirse escaleras arriba. Le dedico entonces una última mirada y observo con algo de sorpresa que su cabeza ha cambiado: ahora es la de un toro negro.
Texto e imagen de Viento Nocturno
Comentarios
Publicar un comentario