Cuando el bosque ame
Si quiero, extenderme puedo mucho más allá de los límites visibles para la mayoría de los animales, arrastrar mis raíces bajo la tierra hasta sentir los cimientos de alguna roca extraña colocada ahí a propósito para servir de guarida a los seres humanos. Cuando mis colinas se llenan de hojas y el invierno pone blancos los vientos prefiero en cambio retraerme, guardarme a mí mismo para evitar perderme entre los sueños profundos de la semilla. Las pesadillas que me acosan cuando duermo demasiado tiempo siempre tienen que ver con sierras y cenizas, y no logro entonces descansar aún si todo permanece quieto. El paso del tiempo sin embargo para mí es muy diferente. A veces me siento embargado por la cantidad de información referente a aquellos seres humanos que de vez en cuando se mueren y alimentan mis fértiles suelos con su memoria y recuerdos.
Aunque por mí también han pasado acontecimientos, desde niños perdidos hasta enteros ejércitos, lo cierto es que mi memoria es distinta, mi mente no se fija en todos esos detalles y tonalidades que colorean los relatos que he escuchado. Una mujer que se ahorcó me contó así de su esposo, de lo violento que era y de las botellas sin cerrojo. Había vuelto para encontrar a su hijo pequeño borracho y al confrontar al marido este casi la había matado. Por supuesto que ella muy pronto se había divorciado, pero de alguna manera a su hijo se lo habían llevado. Muriéndose de pena la pobre siguió por la vida dando tumbos un rato, hasta que más no lo pudo soportar y vino hasta aquí conduciendo en su auto. Un hombre muy viejo que acampaba sufrió un paro cardiaco mientras dormía, su mente llena de sabiduría me contó tantas cosas del mundo que poco a poco empecé a hacerme una idea. La sociedad humana era cruel, los humanos eran imperfectos y a veces incluso violentos, las piedras que a veces sentía eran casas de cemento y aquellos que a mí acudían muchas veces soñaban despiertos.
Aunque al principio me dio algo de miedo decidí no cerrarme, no levantar muros como esas criaturas hacían. Las personas que se acercaban siempre estaban ansiosas, no entendía por qué era pero intentaba mostrarles vistas grandiosas. Poco a poco me acostumbré a esta nueva afluencia de personas asombradas y valientes atletas. Comprendí quiénes eran, aprendí a distinguirlos, me fui volviendo más humano mientras ellos se me acercaban. Mi pensamiento cambió, mis recuerdos se modificaron, olvidé la canción que resuena en lo profundo pero aprendí los matices de la voz del humano. Mis montañas se llenaron de sencillos caminos y mis profundidades se poblaron de secretos y desafíos. Poco a poco cambié, me volví más cercano, menos neblinoso y distante y más atento y galante. Ya no era sólo el bosque que las personas visitaban.
Comencé a notar que entre las personas que mis senderos frecuentaban había un joven muy callado que a mi sombra se echaba. Le gustaba venir hasta aquí para leer y largos suspiros daba hasta el atardecer. De vez en cuando hablaba y su voz casi cantaba, entendí que era poesía cuando aprendí a detectar la rima. Entonces me comencé a enamorar de su voz y de su boca, de sus ideas alocadas y de sus cabellos y ropa. Deseaba abrazarlo, retenerlo, deseaba con él pasar todo mi tiempo. Cada día mis montes y caminos y árboles más como prisión y menos como hogar los sentía, cada día más lo esperaba sin poder ignorar su tardanza. Un día sin embargo noté a otra figura, un hombre extraño que escondido lo observaba por horas. Al principio pensé que sería una simple coincidencia, pero cuando en las semanas siguientes volvió supe que se trataba de una indecencia. Me enfadé con él, quise echarlo, pero ya estaba demasiado centrado como para volver a hablar con el bosque. Entonces intenté advertirle al muchacho, pero mi voz no encontraba garganta o labios para expresarse. Soñé más que nunca, ansié con desesperación desconocida hasta entonces poseer un cuerpo humano para poder existir pero mi cuerpo disperso ni me pertenecía ni me soltaba, no había nada que hacer pudiera.
Finalmente sucedió: el hombre a aquel chico amado se acercó y con un movimiento brusco al suelo lo tiró. Supe que forcejeaban y entendí lo que haría, lo que el hombre deseaba y lo que el joven presentía. Invadió entonces mi interior una incontenible ráfaga de ira y sumiéndome en el dolor logré una última cosa antes de caer sin control. Un rayo del cielo invoqué y al cráneo del hombre golpeé liberando así por poco al muchacho del despojo. Pero entonces el hombre con su mano la pierna del joven tocó y el soplo de la muerte a través de ahí le pasó. Mientras caía, mientras me desvanecía, sumido en la más profunda desesperación, me di cuenta que una brisa me levantaba con amor. El bosque ya no era yo, ahora alguien más era todo aquello y yo convertido en ente estaba siendo salvado por ello. La brisa me transportó hasta la cabeza del chico en donde yo me metí con esperanza y decidido. Le di entonces todo lo que me quedaba, le di mis recuerdos y mi fuerza y mis esperanzas. Se los di hace un momento, parece que llegué justo a tiempo. El bello joven está acostado en una ambulancia en movimiento. Ahora que susurro esta historia a tus oídos despiertos te ruego que me recuerdes cuando yo ya me haya muerto.
Texto e imagen de Viento Nocturno
Comentarios
Publicar un comentario