Querido profesor, hoy robé dos rosas de tu jardín

Ventana azul brillando en la oscuridad de la calle.

La ventana de la casa de mi profesor siempre estaba cerrada, pero aquella noche noté que estaba abierta, larga y negra como la boca de un cadáver congelado en un grito o de un monstruo a punto de comerte la cabeza. Un escalofrío recorrió mi espalda mientras me acercaba para ver, con un mal presentimiento. ¿Acaso se le habría olvidado cerrarla? No, eso era imposible. Siempre cerraba puntualmente su ventana a las 8, justo antes de ponerse a ver su programa en la televisión. Si alguna vez se le olvidaba en todo caso la habría cerrado antes de irse a dormir, pero era ya la una de la mañana.

En cuanto entré pude ver que algo estaba profundamente mal en aquella habitación, algo terrible había pasado. La mesita que normalmente estaba tan cuidadosamente colocada bajo la ventana estaba tirada en el suelo, el florero roto en medio de un charco de agua y flores arruinadas. Los sillones estaban movidos de lugar y la mesita de cristal estaba estrellada, como si algo hubiera golpeado con fuerza contra su superficie. Luego la alfombra, la alfombra estaba hecha un desastre. Estaba completamente arrugada como si alguien la hubiera apartado del camino a patadas, algunas manchas de sangre reluciendo bajo la luz de su lámpara de celular.

En mi mente todo comenzaba a cobrar sentido, el crimen terrible discurriendo como una película en mi mente. El profesor habría estado leyendo tranquilamente sentado en el sillón cuando de pronto el atacante habría entrado por la ventana de la sala, tirándolo todo a su paso y asustando tanto al profesor que este se había tropezado al intentar levantarse, cayendo sobre la mesita de cristal. Luego el atacante lo había herido con un objeto afilado antes de que lograra escapar corriendo por el pasillo, persiguiéndolo lentamente. Mientras me acercaba a la habitación del profesor a través de cuya puerta entreabierta se veía la luz de la luna una pregunta comenzó a formarse muy profundo en mi interior: ¿cuál había sido el motivo?

Con un sobresalto desperté como de una horrible pesadilla acostada de vuelta en mi cama, el sol ya muy alto en el cielo y los autos pasando afuera a toda velocidad con sus ruidosas sirenas. Miré alrededor confundida, sintiendo que una sensación de irrealidad ascendía desde mi estómago amenazando con transformarse en vómito. ¿Acaso había sido todo una pesadilla, simplemente un mal sueño? Me levanté de un salto y al hacerlo revelé lo que había estado reposando conmigo todo ese tiempo debajo de las cobijas. La sorpresa y el escándalo en mi interior muy pronto dieron paso a la comprensión y a la satisfacción, la clase de satisfacción que sientes después de cocinar un pastel y probarlo para saber que es delicioso.

Las enormes y afiladas tijeras de jardín estaban manchadas de rojo como si hubiera estado cortando rosas en el jardín de la Reina de Corazones. Supuse que no tenía demasiado tiempo antes de que se diera cuenta y mandara cortarme la cabeza, así que de inmediato redirigí mi atención. Dos orejas limpiamente seccionadas, menudas y extrañamente grotescas donde unidas a un cuerpo humano se habían visto bellas reposaban como dos joyas sobre el blanco colchón de mi cama. Las acaricié casi con cariño y procedí a quitarles los pendientes de diamantes que lucían con singular y detestable orgullo sus lóbulos, asegurándome de desgarrar la carne en el proceso. Hecho esto me levanté de un salto y me dirigí al espejo de mi tocador, procediendo a ponérmelos de inmediato en mis propias orejas y viendo mi reflejo desde distintos ángulos para apreciar el resultado.

- ¿Lo ves, queridísimo profesor? Estas piedras se ven mucho mejor en mis orejas. - le dije a mi reflejo con una sonrisa de oreja a oreja y los ojos tan abiertos que parecía que mi mirada midiera mil metros de distancia.

Texto e imagen de Viento Nocturno

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