Macarrones


La crema resbaló por la comisura de sus labios y cayó sobre el plato. La miré expectante. Ella hizo una mueca y se limpió con la servilleta mientras rebuscaba algo en su bolsillo. Encontró su teléfono y respondió una llamada. 

- Ajá, sí. Ajá... Sí, sí, sí. Perfecto, te llamo más tarde. - colgó y observó con cuidado los apuntes que había hecho en su pequeña libreta - Lo siento, pero tus macarrones no son lo que estamos buscando. No es que no estén ricos, pero... ¿cómo decirlo? Son demasiado simples, no son más que unos macarrones. Nuestros clientes vienen aquí en busca de más que eso, vienen buscando algo nuevo, ¿entiendes? Innovador. 

- Lo entiendo. - comencé a recoger mis cosas. 

- Perfecto, me alegro de haberlos probado sin embargo ¿eh? Están muy bien hechos. Bueno, fue un placer hablar contigo, espero tengas un muy buen día. ¿El siguiente? Pase por favor. Ah Ernesto, ¿de nuevo por aquí? ¿Qué me traes esta vez? 

Mientras salía entró otro hombre que me miró con falsa simpatía, la sonrisa pegada al rostro como una etiqueta. Inclinando la cabeza por cortesía salí de la oficina y me encaminé a la entrada del edificio. Mi esposa me esperaba sentada en una banca junto con nuestro hijo. Ella me miró desde su rostro tan cansado como el mío con una sonrisa esperanzada, la cual se desvaneció cuando negué con la cabeza. Desvió entonces la mirada, parecía estar observando un agujero negro de vacío y oscuridad. 

Nuestro hijo, que se había dado cuenta de todo esto, miró hacia el sitio de donde había venido con emociones que nunca antes había visto en su rostro: odio y rencor. Tuve miedo entonces, un miedo innominado, incomprensible y cuya existencia no era capaz de aceptar. Lo ignoré por lo tanto, y su recuerdo poco a poco se desvaneció mientras volvíamos a casa. 

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