Invisible

Autor: DRAN

- Al caer la noche un gran secreto será revelado. - eso me dijo el fantasma, y luego se fue.

Yo no comprendía nada. ¿Por qué el fantasma de mi padre me visitaba, bañado en esa extraña luz verde? Era la misma luz bajo la cual lo encontraron muerto en la fábrica en la  que trabajaba. Era un contador, y como tal no estaba expuesto a demasiados peligros. Pero esa fábrica era realmente muy peligrosa. 

- Mi padre vino esta mañana. - el techo estaba bastante despejado, un único foco colgando sobre el centro de la cocina. Así que no fue ningún problema caminar por su suave superficie de yeso. 

- Tu padre está muerto. - dijo mi madre con voz tensa mientras metía la cena en el horno, lavaba los trastes, atendía el teléfono y vigilaba un pozole que le habían encargado esa tarde para una fiesta, todo a la vez.

Noté que tenía ojeras, que sus manos temblaban bajo los guantes y que su cabello ralo y delgado enmarcaba unas mejillas hundidas y enfermizas. Iba a contestarle que no se preocupara, que todo estaba bien, que yo lo entendía, pero una voz me interrumpió. 

- ¡Eso no es cierto! ¡Eres una mentirosa, te odio! - la voz del niño se dejó oír desde la puerta de la cocina. Era yo, tenía cinco años y corría de nuevo escaleras arriba llorando como histérico.

Me volví hacia mi madre preocupado, pero ya no estaba ahí. Sólo había un pequeño frasco con pastillas para dormir vacío. El cuarto comenzó a temblar, mientras la luz que iluminaba toda la estancia se tornaba acuosa, azulada. Un montón de pelo mojado cubrió por completo la ventana de la cocina cayendo desde arriba mientras el agua comenzaba a escurrir de las paredes, llenando rápidamente la habitación con el agua jabonosa de la bañera. 

"Vuelve" dijo la voz. 

El pelo se detuvo, y de entre los mechones que se apartaban asomó un ojo gigantesco, el ojo de mi madre. Los párpados temblaron y se abrieron de pronto desmesuradamente. La pupila era apenas un punto, casi estaba desaparecida y temblaba como poseída por la fuerza de la ira. Un grito resonó en la casa, haciendo estallar los cristales por todas partes. 

"¡Regresa!" insistió la voz. 

Entonces todo comenzó a dar vueltas y sentí que unos perros me atacaban, ladrando sin parar, y que unos lobos aullaban en la distancia, y escuché espinos rasgando mi piel, y la hiedra venenosa me reptaba por el cuello, y yo corría y corría y saltaba hacia un río de agua sucia envenenada. El agua me engullía con un sorbo hambriento y me arrastraba hacia una ciénaga llena de cadáveres corrompidos. Agua corrompida, tierra corrompida, mente...

"Oh por dios, ¡despierte de una vez! Ya vienen, ellos ya vienen, y si vienen y lo encuentran así ya no podré hacer nada por usted" la voz estaba escandalizada. 

Mi cuerpo se hundió a una velocidad pasmosa entre el lodazal y desapareció para siempre en la oscuridad. Entonces la puerta del consultorio se abrió con un golpe y yo abrí por fin los ojos. El doctor se echó para atrás y ellos llegaron, llegaron los hombres con sus batas blancas. Intenté huir de ellos, pero me atraparon con firmeza y uno me inyectó algo en el cuello. El olor de la muerte que impregnaba sus ropas hizo que me adormeciera, lentamente, cayendo en un sueño del que según pude leer en sus ojos ya no habría de despertar jamás.

"¡Malditos! ¿No ven que aún podía recuperarse? ¡Qué afán de condenar a los enfermos, qué afán de deshacerse rápidamente de ellos! Este pobre hombre aún tenía esperanza... ¡les digo que aún tenía esperanza!" dijo el psicólogo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Niño malo

Cuando el frío descienda

El Horno