Invisible
- Al caer la noche un gran secreto será revelado. - eso me dijo el fantasma, y luego se fue.
Yo no comprendía nada. ¿Por qué el fantasma de mi padre me visitaba, bañado en esa extraña luz verde? Era la misma luz bajo la cual lo encontraron muerto en la fábrica en la que trabajaba. Era un contador, y como tal no estaba expuesto a demasiados peligros. Pero esa fábrica era realmente muy peligrosa.
- Mi padre vino esta mañana. - el techo estaba bastante despejado, un único foco colgando sobre el centro de la cocina. Así que no fue ningún problema caminar por su suave superficie de yeso.
Noté que tenía ojeras, que sus manos temblaban bajo los guantes y que su cabello ralo y delgado enmarcaba unas mejillas hundidas y enfermizas. Iba a contestarle que no se preocupara, que todo estaba bien, que yo lo entendía, pero una voz me interrumpió.
Me volví hacia mi madre preocupado, pero ya no estaba ahí. Sólo había un pequeño frasco con pastillas para dormir vacío. El cuarto comenzó a temblar, mientras la luz que iluminaba toda la estancia se tornaba acuosa, azulada. Un montón de pelo mojado cubrió por completo la ventana de la cocina cayendo desde arriba mientras el agua comenzaba a escurrir de las paredes, llenando rápidamente la habitación con el agua jabonosa de la bañera.
"Vuelve" dijo la voz.
El pelo se detuvo, y de entre los mechones que se apartaban asomó un ojo gigantesco, el ojo de mi madre. Los párpados temblaron y se abrieron de pronto desmesuradamente. La pupila era apenas un punto, casi estaba desaparecida y temblaba como poseída por la fuerza de la ira. Un grito resonó en la casa, haciendo estallar los cristales por todas partes.
"¡Regresa!" insistió la voz.
"Oh por dios, ¡despierte de una vez! Ya vienen, ellos ya vienen, y si vienen y lo encuentran así ya no podré hacer nada por usted" la voz estaba escandalizada.
Mi cuerpo se hundió a una velocidad pasmosa entre el lodazal y desapareció para siempre en la oscuridad. Entonces la puerta del consultorio se abrió con un golpe y yo abrí por fin los ojos. El doctor se echó para atrás y ellos llegaron, llegaron los hombres con sus batas blancas. Intenté huir de ellos, pero me atraparon con firmeza y uno me inyectó algo en el cuello. El olor de la muerte que impregnaba sus ropas hizo que me adormeciera, lentamente, cayendo en un sueño del que según pude leer en sus ojos ya no habría de despertar jamás.
"¡Malditos! ¿No ven que aún podía recuperarse? ¡Qué afán de condenar a los enfermos, qué afán de deshacerse rápidamente de ellos! Este pobre hombre aún tenía esperanza... ¡les digo que aún tenía esperanza!" dijo el psicólogo.
Comentarios
Publicar un comentario