El último hogar

La mujer de cabellos grises abre sus largos y huesudos brazos hacia la oscuridad. No tiene ojos ni cuencas, nada más que piel lisa, y sin embargo puede ver más que cualquier a que se jacte de poder mirar. Sus largos cabellos son como un manto, y cubren el lago de peces muertos. Su voz profunda es como un sueño, un sueño profundo y sin final. 

El sol brilla, brilla y brilla, y sin embargo su luz es distinta. Su luz es distinta a la luz de la luna que abre los secretos del mundo en la noche. Las cigarras cantan su extraña melodía, mientras las hojas caen y las flores se marchitan para volver a nacer de sus tiernas semillas. Un perro ladra a lo lejos, y un niño ríe. El río corre, en calma.

La luz del sol ya no brilla, ya no brilla más. Una oscura y pesada nube cubre el cielo cual oleaje, y los truenos que retumban avisan la llegada de cierta deidad. Los árboles susurran, asustados, intentan correr a esconderse, mas sus raíces los tienen presos en el duro suelo. El perro ladra enloquecido, aúlla y aúlla sin parar. Las luces se prenden, pero se apagan al poco tiempo, como velas a las que una brisa gélida hubiese asesinado.

El niño se detiene, confundido, en lo más alto de una colina. A lo lejos se escuchan los gritos angustiados de la madre, que lo busca sin parar. Pero el niño no oye, pero el niño no escucha, pues ante él se alza la deidad. La mujer de cabello gris extiende sus largos brazos hacia la oscuridad, mirando al niño con amor y ternura. El pequeño la mira por un instante, parece asustado pero luego sonríe tranquilo. El niño entiende, ahora lo comprende.

Resplandor cegador, un rayo ha caído con violencia. La descarga de ira de un cielo vengativo ha dado en la cabeza del niño y lo ha hecho estremecerse con la energía de mil vidas. Sus ojos se cierran, calmados, y se deja caer hacia atrás con serenidad. Las oscuras hierbas cubren como una manta su cuerpo mientras rueda colina abajo hasta caer en las densas aguas del río, siendo arrastrado hacia la inmensidad...

Ya duerme aquel niño, acunado entre las alas de un gigantesco cuervo que ,extrañamente maternal, lo cuida con gran dulzura. Ya duerme el niño en la Casa Original, descansa por fin entre las más profundas sombras. La mujer de cabellos grises sonríe, y abraza tanto a cuervo como a niño con sus largos y huesudos brazos. La mujer de cabellos grises espera por mí, y también por ti. Ella espera por todos en este, el último hogar.