Retorno al Silencio
"Bienvenidos, Silencio". Ese era el mensaje que podía leerse a la entrada de la casa. Las personas que vivían ahí al parecer no lo sabían, pero la gente al entrar muchas veces se quedaba viendo un poco más de lo necesario al cartel. Unos con una mirada reprobatoria, y otros con una suerte de sorpresa en los ojos, y quizá una interna inquietud. Pero nadie podía quedarse demasiado a analizar lo que había pensado al observar dichas palabras, por más bellas que estas fuesen. Tenían que entrar de inmediato para resguardarse de la tormenta.
- Son locos. - le decía a su esposa el vecino de la casa de enfrente, mientras los veían desde la ventana del segundo piso - ¿A quién se le ocurriría pedirle a los invitados a un velorio que viniesen todos vestidos de blanco? Además que hacerlo en la propia casa. No sólo contra la tradición, sino como símbolo de evidente soberbia. - y así seguían hablando sin que nadie fuera de sus propios oídos los escuchara.
El sol que salía de vez en cuando de detrás de las nubes hacía brillar los cristales de los automóviles, y las gotas de lluvia en las plantas del jardín parecían perlas. Pero en definitiva lo más desagradable de todo para Marlene era encontrarse con un perro atado al poste de la casa. El perro, sentado muy recto, miraba con una cara de pocos amigos al frente, y gruñía a todos y cada uno de los invitados conforme iban pasando. Sospechando que seguramente se tratase de un caso de maltrato animal, lo que se veía reforzado por el hecho de que todos los autos perteneciesen a los modelos más contaminantes, la chica miró con rabia el conjunto. Toda esa gente le provocaba tantas ganas de gritar, todos esos inconscientes e hipócritas...
- ¿Qué estás haciendo, pequeña? - Ágata, que también venía al velorio, acababa de encontrar a una chica de unos 17 años vestida como todos los adolescentes detrás de un árbol, mirando con una cara muy grosera hacia la casa. La anciana dependienta de la tienda de figuras de ángeles en el centro de la ciudad jamás la había visto, y de inmediato una parte de su cerebro se disparó: peligro. Pero la sedosa voz de sus pensamientos acalló de inmediato la roja señal: "No te preocupes, seguro sólo está perdida. ¿Por qué no la invitas adentro?". Por eso al hablarle, su sonrisa era muy extraña.
- Nada, sólo... Que me gustan los perros y... Ese perro está atado y... - Marlene odiaba que su lengua se trabara. Sintió que se ponía muy roja y que la rabia la consumía por dentro, pero entonces la luz del sol, que ya se estaba ocultando tras las montañas, le dio de lleno en los ojos y la deslumbró, haciendo que se le salieran algunas lágrimas. Maldijo por lo bajo y se limpió, evitando mirar a la mujer de frente.
- Oh, estás preocupado por el viejo Byron. No pasa nada, él es sólo un viejo gruñón. Ha pasado por muchas cosas, ¿sabes? Por eso es así, pero la familia que vive en esa casa lo ha rescatado de una vida peor. - la mujer le sonrió con compasión ante la mirada sorprendida y avergonzada que puso. Pobre muchacha, seguro que podrían ayudarla - Pero ven, acércate. Pasa un poco a la casa. Sé que es un velorio, pero todos son bienvenidos, especialmente los nuevos amigos.
Las sonrisas e insistentes amabilidades de la mujer terminaron por convencerla, más por desmayo que por auténtica fuerza de voluntad, y la chica se dejó conducir por entre todas esas vestiduras blancas y sonrisas cordiales y compasivas hasta el centro de la sala, donde estaba el ataúd cerrado, rodeado de flores y extraños símbolos, velas, polvos, y otras muchas cosas. Marlene no comprendía nada, no podía identificar ningún símbolo religioso conocido, sino que aquello parecía una especie de extraña y nueva religión. La anciana la dejó con un chico joven que parecía muy confundido y que dio un respingo y se sonrojó al verla. Ella también se sonrojó un poco cuando se acercó a pedirle una bebida, pues el chico atendía la barra. ¿Qué hacían ellos allí?
- Atención por favor, atención. - la voz amable, suave, pero resonante y autoritaria de Ágata resonó por la sala mientras golpeaba con una cucharilla de metal su copa de cristal. Todos se volvieron a verla, mientras el silencio invadía la sala. La mujer sonrió a la concurrencia con afectación. Marlene pensó que sus ojos estaban excesivamente maquillados - Nuestro hermano se ha ido esta noche, pero todas las estrellas brillan en el cielo para recordarnos su luz, así como las de todos nuestros antepasados. Gracias a nuestras buenas acciones, hoy hemos recibido un regalo. Esta chica ha pasado por nuestros caminos, y la he invitado, no para remplazar a nuestro querido hermano que se ha ido, sino para que podamos todos transformar nuestra tristeza y canalizarla en luz para su alma. El destino hizo que ella se detuviese un momento en nuestras vidas, y es así como ha llegado hasta nuestras puertas. El Ser, que todo lo ve y todo lo sabe, le ha decidido mostrar la luz a través de nuestra presencia. Hoy está aquí, y para no perder nuestras tradiciones, finalizaremos nuestro funeral con una ceremonia de máscaras para iniciarla en nuestro círculo. Por favor, todos tomen sus posiciones. Querida, toma esta máscara, y colócate aquí, en el centro. No te preocupes, tú no tienes por qué moverte en lo absoluto.
La tormenta volvió a comenzar, pero había algo distinto en esta ocasión. Los truenos se confundían con el sonido de los tambores, mientras todos los invitados, todos los desconocidos, tan aterradores, giraban alrededor de ella con máscaras de mil formas y colores, tanto agradables como francamente espeluznantes. Lo que la ponía más nerviosa era que todos se cambiaban de máscaras al girar en esa extraña danza, de modo que nunca podía verles el rostro ni tampoco identificar realmente a todos aquellos cuerpos cuyo rostro mudaba tan rápido. Los cantos también eran muy extraños, y resonaban en las paredes como si reverberaran todos los lugares del mundo en uno solo. Las luces se apagaron, y el sonido de un rayo se alzó por entre los demás, mientras Marlene finalmente se sentía realmente desfallecer y su entorno se poblaba de sombras sólo ahuyentadas por las tenues luces de las lámparas. La chica se abrazó en posición fetal, y sintió que lloraba, y la gente se le acercaba, ya sin las máscaras, y llena de compasión le decía que todo estaba bien, que ella era importante, que estaba bien llorar y mil cosas más.
Mientras Marlene yacía en el suelo, sin saber muy bien qué hacer, qué sentir, o qué pensar, pudo darse cuenta de dos cosas. Todos los espejos de la casa estaban tapados con mantas, en especial un gran espejo que otrora ocupara toda la sala, y había varias jaulas con pájaros que la observaban en silencio desde sus puestos en las esquinas.
La chica miró hacia arriba al sentir a alguien cuya presencia curiosamente reconocía, y pudo ver a aquel muchacho mirándola con vergüenza. Ella le sonrió, apenada, y sin saber muy bien por qué alzó la mano y se la tendió. El chico, malinterpretando su saludo, intentó ayudarla a incorporarse, lo que la sorprendió, y a él también, pues al final calló al suelo. Ella comenzó a reír, y mientras todos aquellos extraños reían también a su alrededor, se dijo que al menos había conseguido un nuevo amigo de aquella extraña experiencia. Él también comenzó a reírse. Entonces la luz volvió.
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