El Hada de los Dientes

Una espina clavada en el hombro de esa pobre madre trabajadora. ¿Cómo podrá alimentar a sus hijos si la espina se les entierra cada vez que intentan acercarse? El dolor de su corazón es tal que de su pecho salen pequeños pétalos carmesí cada vez que llora, y una herida se abre ahí en su seno como si un ojo se abriera para ver el mundo con una pupila sombría y llena de crueldad. Sólo palomas muertas pueden salir de su boca, sóo búhos encadenados hacen volar su mente. Gatos negros son sus pies, gatos negros cosidos con venas y engrapados con dientes a sus gelatinosas rodillas. 

La mujer salta hacia la nada, se lanza desde la silla, y la soga en su cuello se hace cada vez más delgada entre los supurosos brotes de su piel que parecen envolverla como si de los pliegues de una manta se tratasen. Mas la soga se rompe, no sostiene el pesado riñón de la mujer, que está lleno de antiguas muelas que ha devorado, encontrándolas debajo de las almohadas de aquellos niños ilusos que la llaman el Hada de los Dientes. 

La mujer llora, grita, se jala de los cabellos, y los arranca. Finalmente consigue algo que ver. Algo con lo que distraerse. Mientras observa como el gato en su pie derecho se aparea con el de su pie izquierdo, teje con sus cabellos negros y aceitosos una enorme trenza, con la cual hace varios gorros para sus hijos. Se acerca el invierno, les dice mientras se los pone. No comprende por qué los hijos ya no se mueven, su piel fría se cae a pedazos cubierta de blancos gusanos que se ríen, placenteros, y comentan lo agradable que será pasar el invierno entre aquellos cálidos cabellos. 

Un perro entra a la casa sin ventanas en la que la mujer duerme con sus hijos muertos. El perro entra, deseoso de escuchar las historias que le puede contar la mujer dormida. Es como el susurro de los astros, el sonido que sale de su garganta llena de telarañas. Un agujero negro que surge de un universo largo tiempo atrás olvidado y se introduce lentamente en la mente del animal, que de inmediato adquiere una nueva percepción del mundo. El perro decide que ahora debería ser doctor. Se pone una serpiente al cuello, y sale para buscar personas a las que enfermar. Luego las curará, se dice. Pero de algo debe ganarse el pan. 

El cielo es negro y las estrellas parecen haber caído. El mar se alza y sube al cielo, buscando devorar la Luna. Los mares quedan secos, sin mar, y toda el agua de la Tierra comienza a secarse. El agua nos ha abandonado. Ha huído a la Luna, donde podrá establecer su Imperio y dominar eternamente. Quizá luego los seres que nazcan de ella, los Sirenios, dominen otros planetas, galaxias, universos. Pero mientras tanto, la Tierra se muere de sed. Mas la mujer no escucha. Ella ya ha dicho lo que tenía que decir, y ahora duerme, y sólo los astros entienden su lenguaje. 

Pero los astros nos han abandonado. 

Una de las hijas de la mujer abre los ojos. Toma una pistola, y sólo durante un par de segundos, está viva. Lo único que hace es morir de nuevo, disparándose al cráneo ya bastante carcomido por los gusanos. Un espejo frente a ella refleja el reflejo de sus ojos en el reflejo de sus lentes. Entonces es que la madre despierta. Ve la pistola, la siente, la besa. Está agradecida, tremendamente agradecida. Algo por fín la ha despertado. Se encarga de enterrar a sus hijos en su propio vientre. Los devora, y todo lo que nació finalmente volvió a su lugar de orígen, a donde realmente pertenece. Ahora la mujer es fuerte. 

La mujer llama al odio. El odio llega caminando por una esquina. El Caos lo toma de la mano al llegar, el Caos que llevaba años esperando sentado a una silla construída con los huesos de los antiguos hijos de la madre. El odio se quita el sombrero, y se lo da al Caos. El dolor en sus manos es tal, que éstas se caen convertidas en serpientes. La madre se enfada, y los abofetea. No deben de comportarse como niños en ese día tan especial. El Hada de los Dientes pronuncia una palabra, y cumple el sueño del último niño al que los astros escucharon: la existencia deja de existir. El Ser ahora es Nada. 

Caos entonces besa a la Nada. Por fín ha vuelto a su lado. Ahora la poseerá para la eternidad, por siempre y para siempre. Mientras, la Madre aún murmura entre sueños en el lenguaje de los astros. 

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