El despertar de Clara.

Clara despertó.

De nuevo, estaba sola. La cama era muy fría, así que se levantó, vistiéndose con lentitud. Pensando, recordando aquellos viejos tiempos en los que no había estado sola. De pronto, se dio cuenta de algo muy extraño. El cuarto era extraño, no era su habitación. Paredes vacías, y blancas. Una cama blanca, y fría. Aquel sitio no se parecía en nada al lugar en el que estaba acostumbrada a despertar.

- ¿Por qué?

Clara se dio la vuelta. Detrás  de ella, sentada junto a una puerta blanca en la pared, estaba una niña  rubia pequeña vestida con un vestido color azul pálido que se le hacía muy conocida. Parecía asustada. Se notaba que hacía poco había llorado. La niña repitió las palabras, y salió corriendo por la puerta.

La chica se levantó. Notó que estaba vestida con un largo camisón blanco. Su cabellera castaña le cayó a la espalda en suaves rizos, y comenzó a agitarse mientras corría hacia la puerta. Del otro lado, había una habitación circular violeta llena de puertas doradas. Casi todas estaban cerradas con pesados candados de plata con forma de diversos animales, pero una que le quedaba a la derecha estaba entreabierta. Se dirigió a ella.

Frente a ella se alzaba un amplio salón de enormes vitrales coloreados, representando escenas de hermosas damas realizando actividades cotidianas. Las paredes y el suelo eran de mármol verde, las columnas eran de negra obsidiana. Varios filas de bancos de madera tallada se prolongaban desde donde estaba hasta lo que parecía ser un altar de piedra, en el que se erigía una hermosa fuente de cristal. Sobre el chapoteo del agua, un enorme cuarzo colgaba de un complicado soporte de extraña figura que colgaba del techo.

Tenía toda la apariencia de ser alguna especie de templo, pero no podría haber dicho de qué religión se trataba. Buscó a la niña con la mirada, pero no se encontraba ahí. Sin embargo, en uno de los bancos de hasta el frente, había sentado un hombre vestido de blanco, como ella. Parecía estar hablando en voz baja, como si rezara.

Clara se acercó lentamente, caminando a través de los bancos. Sus pies desnudos no hacían ningún ruido en el frío suelo sel templo, pero le parecía que el hombre sabía de su presencia ahí. No, el hombre no, alguien más. Pero, ¿quién? Ahí no había nadie.

Sólo cuando estuvo justo junto a él, fue cuando el hombre se volvió a verla, sorprendido. Era mucho mayor, las arrugas surcaban su rostro, y sus ojos azules lucían apagados y cansados. Su barba era blanca, pero su cabello seguía siendo de un tono grisáceo.

- ¿Qué haces aquí, Clara? No deberías de estar aquí. - su voz sonaba apagada, y preocupada. La chica se estremeció. ¿Cómo sabía su nombre?

- No se qué hago aquí, así como tampoco se quién eres. - tuvo que reconocer, algo avergonzada.

El hombre viejo la miró con tristeza unos momentos. Luego asintió en silencio, y continuó rezando en voz baja. Clara temió haberlo ofendido, seguro estaba molesto porque no lo había reconocido. Pero no se atrevía a decir nada más, así que solo bajo la cabeza, murmuró una despedida y un "lo siento", y se marchó por una puerta que se encontraba ubicada tras la fuente, una gran puerta de ébano negro.

La niña estaba del otro lado, sentada en el bordillo de un pozo sin fondo. Del fondo llegaban gritos y extrañas voces. No había nada más en la habitación, era un cuarto sencillo, como el primero, todo liso, blanco, y sin chiste. La luz parecía emanar de las paredes. Hasta las piedras del pozo eran blancas.

- El cuarto anterior es para calmar a aquellos que siguen alguna religión, cada quien ve una forma distinta en ese cristal, depende de sus creencias. - la niña la miraba atentamente, sus ojos no parecían los de una chiquilla.

- ¿Y por qué yo vi un cristal? No sigo ninguna religión por el estilo.

- Tu no tienes religión. - las simples palabras fueron dichas con una voz inexpresiva.

- ¿Cómo lo sabes? - Clara estaba algo asustada, y debió notarse en su voz.

- No tengas miedo, yo soy la hija que aún no tienes. Es por eso que me asusté al verte aquí, yo en verdad quería que tu fueras mi madre. ¿Sabes? Eres la mujer de la que más puedo aprender, y yo soy la hija que cree que te puede enseñar algunas cosas. Aunque nazca de nuevo, soy un alma algo más vieja que tú. - la chica se permitió una sonrisa, una sonrisa cálida.

Clara no pudo evitarlo, y le regresó la sonrisa.

- Ahora debes volver. Si pudiste entrar a ésta habitación significa que debes volver. - dijo su futura hija. Dicho esto, la aventó por el pozo con un jalón rápido y fluido.

Clara cayó, a toda velocidad, sintiendo el aire silbando a su paso, y las voces cada vez más fuertes. Gritó, y el golpe la dejo medio ciega. De pronto, se dio cuenta de que estaba en una cama del hospital. Adolorida, llena de magulladuras, y cubierta de vendajes. Su grito murió en su garganta, convirtiéndose en un gemido bajo. Le dolía mucho el cuello.

Tranquila, se volvió a dormir, aliviada. Clara ya no quería morir. No era como cuando quería aventarse de aquel edificio, del que al parecer si se había lanzado. No, ahora, sabía que tendría una hija. Quería vivir, para conocerla, y al menos para darle la oportunidad de ver este mundo, y de aprender lo que tuviera que aprender.

Sí, tenía problemas, pero, ahora, también tenía esperanza.


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