Mirando las estrellas
Aquella fue una noche cálida. Todos los habitantes del pequeño pueblo de Póreas habían salido de sus casas a sentarse en los porches, buscando captar alguna suave brisa que pudiera aliviarlos del calor. La luna brillaba grande en un cielo lleno de estrellas. Estrellas que alguna vez habían estado totalmente ocultas por las negras nubes de un aparentemente inminente fin del mundo. Pero en aquel momento, los humanos de Póreas miraban satisfechos su triunfo ecológico: a pesar de los inmensos niveles de contaminación que habían acabado con todas las especies salvajes de la Tierra, a pesar de que los árboles ya crecían solamente en invernaderos cerrados, a pesar de que el agua se tenía que generar artificialmente desde que los mares se habían vuelto negros, podían de nuevo ver las estrellas.
Sin embargo, en la última casa antes de llegar al pantano, las cosas no eran iguales que en las demás. La mujer que ahí vivía era la más anciana de todos los habitantes de Póreas. Leona era su nombre, y clamaba con fiereza psicópata que el fin del mundo seguía estando cerca. Su puerta era la única que estaba cerrada a cal y canto, su casa la única que parecía un refugio nuclear. No importaba los esfuerzos que hicieran sus vecinos por hacerla cambiar de parecer o por tener una razonable charla con ella, se negaba a abandonar su traje para evadir la radiación. Vivía sola, nadie sabía por qué.
Esa noche, ella como de costumbre estaba encerrada en el interior de su casa, muriéndose de calor, sí, pero negándose a hacer otra cosa para aliviarlo que no fuera ponerse hielos en el interior del traje, hielos esterilizados anteriormente, pues le temía a algo que ella decía infestaba el aire de todas las ciudades. Hacía tiempo que la gente había dejado de creer en esa clase de cuentos, eran ya cosa del pasado, todos sabían que si las estrellas podían verse, era porque no había nada en el aire.
Todo marchaba como de costumbre, cuando de pronto, un sonido horrendo retumbó por toda la ciudad, haciendo saltar a todas las personas de sus mecedoras. Las miradas se dirigieron hacia el cielo de inmediato, el lugar de donde parecía haber provenido el estruendo. Algunos, sonrientes, pensaron: "Seguro son truenos, ¡vaya! La primera lluvia en décadas, si que el clima está mejorando." pero los más viejos más bien pensaron: "Eso no suena a truenos... ¿que será lo que pasa en el cielo?".
Nadie se esperaba lo que vio. Un agujero, un agujero en el cielo. Un trozo de cielo negro y estrellas se había caído, golpeado por lo que parecía ser un antiguo satélite que en aquel momento se dirigía a toda velocidad hacia una de las casas. Todos miraron en silencio. Cuando la casa explotó, como confirmando que los acontecimientos eran tan horribles como parecían serlo, todos los habitantes cundieron en pánico. Nadie entendía lo que pasaba.
Mientras más satélites comenzaban a caer, atravesando el cielo y golpeando las casas, destruyendo el terreno, la gente, sin saber que hacer, hacía cosas muy distintas. Algunos intentaban ocultarse en los sótanos poco profundos y nada seguros de sus casas, otros salían corriendo a las calles, histéricos, sólo para ser poco después aplastados por un satélite. No había orden, todo era caos, muerte y destrucción. El gobernador de la ciudad y los altos dirigentes salieron de su palacio para intentar calmar a la gente y dirigirla hacia algunos refugios, pero no había suficiente tiempo, ni espacio en los refugios. Al final, solo los más ricos pudieron quedarse dentro de los bunkers.
Sin embargo, un satélite que cayó específicamente sobre los refugios demostró que no eran muy resistentes, finalizando así con la esperanza de las personas. Solamente una joven pareja se percató de que la casa de la anciana antipática seguía en pie. Ignorando todo lo demás, corrieron hasta su casa esquivando los satélites. Llamaron a la puerta con desespero, ella les abrió rápidamente.
Una vez adentro, sin decir palabra alguna, la anciana los desinfectó rociándolos con un potente aparato que parecía una especie de extinguidor. La pareja, aún vistiendo sus uniformes escolares, no se quejaron de que les pusiera trajes similares a los de ella. Por alguna razón, sentían que era necesario.
-Tenemos que ir por nuestros compañeros- dijo de pronto la chica, y se dispuso a salir, pero fue detenida por una mano firme y fuerte.
-Es muy tarde para todos ellos, ustedes son probablemente uno de los últimos recursos de la humanidad, no arriesguen su vida tan a la ligera- dijo la anciana con severidad.
Ambos jóvenes estaban demasiado asustados como contradecir a la mujer, así que se limitaron a seguir sus instrucciones. Cuando el ruido afuera hubo cesado, la anciana se asomó a la puerta.
-Muy bien muchachos, vengan a ver su maldito cielo- dijo la anciana solitaria en tono sarcástico.
La joven pareja se asomó. Deseó no haberlo hecho. Las ruinas de un antiguo domo que alguna vez había cubierto por completo la tierra caían lentamente envueltas en llamas. A través de los amplios agujeros que comenzaban a crecer por todo el cielo, se veía el auténtico cielo, uno rojo y muerto, plagado de antiguas estelas de los satélites que por fin, después de tanto tiempo, habían caído a la Tierra, olvidados por una antigua humanidad que había decidido cubrirlo todo en vez de enfrentar sus problemas. Las estrellas se veían a lo lejos, pero no eran hermosas, más bien, amenazadoras. Parecían la promesa de una muerte larga, lenta y dolorosa. Porque ese planeta ya no tenía atmósfera.
Todo marchaba como de costumbre, cuando de pronto, un sonido horrendo retumbó por toda la ciudad, haciendo saltar a todas las personas de sus mecedoras. Las miradas se dirigieron hacia el cielo de inmediato, el lugar de donde parecía haber provenido el estruendo. Algunos, sonrientes, pensaron: "Seguro son truenos, ¡vaya! La primera lluvia en décadas, si que el clima está mejorando." pero los más viejos más bien pensaron: "Eso no suena a truenos... ¿que será lo que pasa en el cielo?".
Nadie se esperaba lo que vio. Un agujero, un agujero en el cielo. Un trozo de cielo negro y estrellas se había caído, golpeado por lo que parecía ser un antiguo satélite que en aquel momento se dirigía a toda velocidad hacia una de las casas. Todos miraron en silencio. Cuando la casa explotó, como confirmando que los acontecimientos eran tan horribles como parecían serlo, todos los habitantes cundieron en pánico. Nadie entendía lo que pasaba.
Mientras más satélites comenzaban a caer, atravesando el cielo y golpeando las casas, destruyendo el terreno, la gente, sin saber que hacer, hacía cosas muy distintas. Algunos intentaban ocultarse en los sótanos poco profundos y nada seguros de sus casas, otros salían corriendo a las calles, histéricos, sólo para ser poco después aplastados por un satélite. No había orden, todo era caos, muerte y destrucción. El gobernador de la ciudad y los altos dirigentes salieron de su palacio para intentar calmar a la gente y dirigirla hacia algunos refugios, pero no había suficiente tiempo, ni espacio en los refugios. Al final, solo los más ricos pudieron quedarse dentro de los bunkers.
Sin embargo, un satélite que cayó específicamente sobre los refugios demostró que no eran muy resistentes, finalizando así con la esperanza de las personas. Solamente una joven pareja se percató de que la casa de la anciana antipática seguía en pie. Ignorando todo lo demás, corrieron hasta su casa esquivando los satélites. Llamaron a la puerta con desespero, ella les abrió rápidamente.
Una vez adentro, sin decir palabra alguna, la anciana los desinfectó rociándolos con un potente aparato que parecía una especie de extinguidor. La pareja, aún vistiendo sus uniformes escolares, no se quejaron de que les pusiera trajes similares a los de ella. Por alguna razón, sentían que era necesario.
-Tenemos que ir por nuestros compañeros- dijo de pronto la chica, y se dispuso a salir, pero fue detenida por una mano firme y fuerte.
-Es muy tarde para todos ellos, ustedes son probablemente uno de los últimos recursos de la humanidad, no arriesguen su vida tan a la ligera- dijo la anciana con severidad.
Ambos jóvenes estaban demasiado asustados como contradecir a la mujer, así que se limitaron a seguir sus instrucciones. Cuando el ruido afuera hubo cesado, la anciana se asomó a la puerta.
-Muy bien muchachos, vengan a ver su maldito cielo- dijo la anciana solitaria en tono sarcástico.
La joven pareja se asomó. Deseó no haberlo hecho. Las ruinas de un antiguo domo que alguna vez había cubierto por completo la tierra caían lentamente envueltas en llamas. A través de los amplios agujeros que comenzaban a crecer por todo el cielo, se veía el auténtico cielo, uno rojo y muerto, plagado de antiguas estelas de los satélites que por fin, después de tanto tiempo, habían caído a la Tierra, olvidados por una antigua humanidad que había decidido cubrirlo todo en vez de enfrentar sus problemas. Las estrellas se veían a lo lejos, pero no eran hermosas, más bien, amenazadoras. Parecían la promesa de una muerte larga, lenta y dolorosa. Porque ese planeta ya no tenía atmósfera.
Comentarios
Publicar un comentario