Viene

La madre se había quedado encerrada afuera. Miraba con desesperación hacia el edificio que una vez le pareciera tan seguro, su casa. Gritaba sin parar, intentando despertar sin éxito a los vecinos. Su celular estaba descargado.

-Mamá, no quiero dormir- dijo el pequeño con mirada desesperada. 
-¿Por qué?- dijo la madre, con una sonrisa tranquilizadora. 
-Hay algo debajo de mi cama... 

Algo se movía en la ventana. Era su niño, su pequeño hijo. En la ventana del ático, el niño la miraba asustado, llorando. La madre le hizo señas para que se callara, pero el pequeño no podía escucharla, y no entendía que significaba el movimiento desesperado de sus manos. 

-No hay nada debajo de tu cama- contestó la madre, recordando que ella solía decir eso cuando era una niña, y sus padres aún estaban con vida. 
-¿Podrías asomarte?- pregunta el niño, temblando. 

De pronto, el niño se vuelve rápidamente, y desaparece del marco de la ventana. La madre grita, no puede abandonar ese sitio, tiene que vigilar a su niño. Sin embargo, corre, a la casa del vecino del frente, atenta a las ventanas por si alcanza a ver algo más. 

La madre se asoma debajo de la cama. No hay nada, como era de esperarse. Nota que hay unas tablas en el suelo algo sueltas. Demonios, esa casa era antigua, era la misma donde ella y sus padres vivieron cuando ella era pequeña. Reparar eso iba a costar una fortuna. 

El vecino de enfrente no contesta. Frenética, gritando en histeria, la madre corre a todas las casas que puede, toca, grita, nadie contesta adentro. Entonces es que recuerda una noche muy parecida a esa, pero varios años atrás. Sus ojos se abren desmesuradamente. Se vuelve hacia su propia casa...

-No hay nada, ¿ves? Te lo dije- la madre se levanta, sonriente, y mira con cariño a su querido hijo- Ahora a dormir, que mañana tienes escuela. 
-Si mamá- responde el niño, con aún un miedo terrible en la mirada. 

La casa está totalmente a oscuras, todas las luces han sido apagadas. La negrura del interior es indescifrable, más que simple oscuridad, pareciese que hubieran cubierto las ventanas con papel negro. La madre corre, y de un salto, entra a la casa rompiendo la ventana. 

La madre sonríe, le da un beso, y apaga la luz. Cierra la puerta, y se dispone a ir a su cuarto, cuando suena el teléfono. Es su vecina de al lado, una amiga que tiene desde la infancia. 
-¿Buenas noches?- atiende la madre, algo preocupada, sin escuchar la madera crujir en el cuarto de su hijo.

Todo está cubierto por una oscuridad anormal, casi se podría decir que viva. La luz de la calle parece detenerse en el marco de las ventanas, sin atreverse a entrar. La madre se levanta con precaución, mirando en todas direcciones, nerviosa. 

-Ya viene- dice su amiga con una voz débil y apenas audible, tosiendo a intervalos -Ha vuelto. 
-¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien?- pregunta preocupada la madre.
Del otro lado de la línea, una puerta se abre lentamente. Su amiga lanza un grito de dolor y agonía mortales.

El piso de abajo está vacío. La madre mira desconfiada las escaleras, y sube. Pero el segundo piso también está totalmente deshabitado. Mira hacia la puerta del ático. Está abierta invitándola a entrar, como la boca de un monstruo. 

La llamada se corta. La madre, muy asustada, se dispone a llamar a la policía, pero el teléfono está muerto. En ese momento, suena el timbre. 
-¿Quién podrá ser?- la mujer baja, muy asustada, armada con un cuchillo que esconde tras su bata. 

Arriba, en el ático, está su hijo, sentado en una silla en medio de la habitación. Se encuentra de espaldas a ella, mirando hacia la ventana, muy derecho y quieto. 
-¡Hijo!- la mujer corre a darle un abrazo, sin sospechar nada. 

La mujer se asoma por una pequeña ventana al lado de la puerta. Afuera está el hijo de su vecina. Hay lágrimas en sus ojos, se ve muy asustado, mirando constantemente por encima de su hombro. 
-¿Qué haces aquí? ¿Sabes qué le pasó a tu madre?- pregunta, abriendo la puerta.

La madre siente algo extraño, una sensación de pánico, de horror, un instintivo impulso de salir corriendo de esa habitación para jamás volver. Hay un olor horrendo en la habitación, una mezcla de carne quemada y sangre fresca. Su hijo se vuelve para mirarla. 

-Por favor, déjeme entrar a llamar a la policía, por favor. Hay alguien en mi casa- dice llorando el pequeño. 
Alarmada, la madre mira hacia la casa de su vecina. La puerta está abierta de par en par. 
-Rápido, entra- jala al niño y cierra la puerta, echándole todos los seguros. 

-¿Hijo?- la madre retrocede, algo mareada por el aroma. 
-¿Qué pasa mamá? ¿Sucede algo malo?- dice el niño con una voz inocente. 
La madre puede verse reflejada en los negros globos oculares del pequeño. 

La madre mira nerviosa por las ventanas, esperando ver al asesino suelto rondando afuera en cualquier momento. Cuando se vuelve para tranquilizar al pequeño, nota que éste mira hacia arriba aterrorizado. La madre sigue la dirección de su mirada, pero no ve nada extraño. 

La madre grita, y trata de huir, pero tropieza y cae por las escaleras del ático. Se ha roto un tobillo. Arriba, el niño se ríe. Empieza a caminar hacia ella, mientras a su alrededor las paredes y el techo del pasillo empiezan a escurrir agua sucia. La madre se levanta y corre hacia las escaleras. 

-Ya viene- susurra el niño. 
La madre tiene un horrendo escalofrío. Tiene la terrible sensación de que esa noche ya había ocurrido. 
-¿Quién viene?- consigue preguntar la mujer, blanca como el papel. 

Justo cuando se dispone a bajar corriendo, resbala con un charco de agua y cae rodando hasta el primer piso. Se ha roto una costilla. Empieza a toser sangre. De alguna forma, consigue arrastrarse hasta la cocina y encerrarse. Coge el teléfono, y marca a su vecina, una amiga de infancia. 

-El viene- dice el niño aterrorizado, señalando hacia las escaleras. 
Un olor a carne quemada y a sangre fresca comienza a invadir la estancia. De las paredes y el techo comienza a gotear agua sucia. La madre se vuelve temblando, mientras la oscuridad se traga su casa. 

La amiga contesta. 
-¿Buenas noches?- se escucha su voz preocupada. 
-Ya viene... Ha vuelto...- dice la madre, mientras la puerta de la cocina se abre lentamente. 

Ahí, parado en el descansillo de las escaleras, está su hijo, con una sonrisa en la cara. De entre sus dientes escurre agua enlodada, la cual ya ha formado un pequeño charco a sus pies. Sus negros globos oculares la miran, mientras las luces de la calle parpadean y se apagan, ya todas las casas tragadas por la oscuridad.

-¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien?- pregunta preocupada su amiga. 
La puerta se abre. Su hijo está ahí, parado, mirándola. Abre la boca, y de su interior salen miles de ciempiés, que bajan a toda velocidad hacia la madre, la cual empieza a gritar. 

-¿Quién eres?- pregunta la madre, aunque ya conoce la respuesta. Varios años atrás, tanto sus padres, como los de sus amigas, y todos los padres nativos de la ciudad, habían sido encontrados muertos, algunos ahogados en lodo, otros devorados por una plaga de extraños ciempiés... 

Los ciempiés comenzaron a subirse en su cuerpo, mordiéndola, devorándola en vida, entrando por sus heridas, por su ombligo, por su boca, por sus ojos, sus orejas, su nariz, por todos los orificios que pudieron encontrar en su cuerpo. 

 -Hola mamá- dijo el niño, con su voz inocente. 
La madre sintió un escalofrío horrendo, y se volvió hacia el hijo de su vecina. El niño le devolvió la mirada con sus ojos negros, sonriendo, mientras que pequeños ciempiés se escapaban de la comisura de sus labios.

El niño salió de la casa, dejando la puerta abierta de par en par, y entonces, pasó algo extraño. Su piel se tensó, y un largo ciempiés negro comenzó a salir de una pequeña herida en su espalda, escondiéndose en el interior de su camisa. 

La madre sonrió, y comenzó a tararear una vieja canción que le enseñaron de niña, mientras se recargaba contra la puerta, resignada a su destino. Era una canción infantil. Los niños parecieron reconocerla, porque sus sonrisas se ensancharon bastante. 

Debajo de tu cama está 
Desde el pantano el llegará 
Cubre tu espalda o entrará
A tus padres buscando está
Quiere su pantano de vuelta ya 
Bajo nuestras casas, despierta
Desde su tumba de lodo va
Cubierto de ciempiés viene ya 
El viene, ya viene, mejor huye ya 
O la oscuridad te tragará... 

 -¿Sucede algo?- le preguntaba un policía a su compañero, mientras tomaban café en una repostería, sentados en una mesa junto a la ventana. 
-Nada, es solo que... Pensaba en la canción que cantaba el niño al que rescatamos anoche. 
-¿Qué hay con ella?- preguntó el oficial, mientras miraba distraído el cielo nublado del otro lado de la ventana. 
-Que la recuerdo, hace mucho tiempo la escuché. Fue cuando recién me mudé a ésta ciudad. Solía jugar con mis amigos, y en una ocasión, nos acercamos mucho al pantano. Nuestros padres se enojaron demasiado, excesivamente. En serio, nunca los habíamos visto tan molestos. Nos hicieron prometer que no iríamos jamás allá de nuevo, y nos cantaron esa canción para asegurarse de que no nos acercaríamos jamás al pantano. 
-¿Y qué con ello? Los pantanos son peligrosos para los niños pequeños, es lógico que un padre quiera mantener alejado a sus hijos de ahí- comentó el policía. 
-No lo entiendes- insistió su compañero- Todas esas personas asesinadas de formas tan extrañas, y todos ellos padres y madres... Hace treinta años, esto ya había pasado. 
-¿De qué estás hablando? Es la primera vez que se oye hablar de algo así. 
-No, esto ya había pasado... Mi abuelo me contó una vez que antes, todo este valle era dominado por un gran pantano. Los nativos de la región le tenían un horrendo pánico a éste lugar, de hecho en las únicas ocasiones en que se acercaban era para condenar a los asesinos a entrar al pantano. Dicen que nadie salía jamás. Luego llegaron los colonos construyeron una ciudad aquí. Mi tatarabuelo fue uno de los primeros en habitarla, pero se mudó pronto. Le contó ésta historia a mi bisabuelo, y le hizo prometer que jamás volvería a ésta ciudad.... 
Unos niños pasaron corriendo afuera, en la calle. Iban riendo mientras cantaban cierta canción. Ambos policías se les quedaron viendo, y para cuando los niños hubieron pasado, los dos habían olvidado por completo el tema de conversación. 

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